jueves, 3 de diciembre de 2015

Un resfriado

Parece que los días sean todos iguales: el puto despertador infernal, la misma ducha a las siete y media, el desayuno estresante con los niños, el trabajo, la comida, las tareas de casa, las miserias de siempre en el telediario, el desmayo en el sofá...

Y vuelta a empezar.

Pero hoy no, hoy mi mundo ha cambiado, porque he abierto los ojos y estás aquí.

Te veo,  con tu sonrisa radiante, el brillo de tus ojos y ese garbo al caminar.

Y no puedo creer lo feliz que me siento.

Estás aquí.

No puedo hablar, solamente te miro, embobado.

Y alcanzo a romper la rigidez de mi cuerpo, para conseguir alzar la mano y tocar tu pelo.

¡Tu pelo!

Estás aquí y eso es lo más maravilloso que me ha pasado nunca.

Y te cachondeas de mí, y me dices que si tienes monos en la cara.
Debo estar mirándote como si tuvieras una jungla entera, porque brillas, toda tú, resplandeces, tu risa ha vuelto para llenar el vacío de nuestra casa, y el de mi vida.

Y te abrazo, te apretujo y te siento toda. Y te beso, y te huelo y registro los lunares de tu antebrazo derecho, esos que me gustan tanto porque forman una constelación hermosa, y siguen ahí.

Sin duda, eres tú.

Y lloro, y me deslizo contra la pared hasta llegar al suelo.

¡Ha sido tan duro estar sin ti!

He necesitado aprender a comunicarme con la niña, ya sabes, está en plena pubertad, parece que tiene dudas con su sexualidad, nos ha costado mucho conseguir este grado de intimidad y de confianza.

Y Javi te añora y le ha dado por pegarse con todos los chavales que se atrevan a soplar a su lado.

En estas cosas, tú siempre has sido la Máster del Universo, yo he hecho lo que ha estado en mi mano y hasta lo que no.

Me he convertido en un seguidor de tus maneras de hacer, me obsesiona perpetuarte. Doblar las servilletas como tú, cambiar las sábanas los viernes, hacer croquetas con los restos del pollo asado del domingo, sí, he seguido haciendo tu receta del pollo asado cada domingo.

Y ya van más de cuarenta domingos con sus cuarenta pollos, que te marchaste.

Todavía me cuesta respirar, no se me llenan los pulmones de vida como antes, porque tú te la llevaste contigo.

Mi vida.

Y ahora estás aquí y el tintineo de tus pulseras resuena en mi oído mientras me consuelas y acaricias mi mejilla.

La última vez que hablamos, nos dijimos te amo todo el tiempo, estabas tan pequeña, tan frágil, tan cansada...

¿Quién iba a suponer que tu preciosa constelación nos iba a dar la noticia más amarga de nuestras vidas?

Cáncer.

Eso estaba en ti. Estaba en tu piel de bebé. Y pronto lo invadió todo: tu ser, tu alegría, tus ganas, tu alma.

Y luchaste, mi cielo, y yo contigo, pero al final te fuiste, y yo me quedé aquí sin ti, sin alegría, sin ganas y sin alma.

Viviendo otra etapa en mi vida que me has regalado tú con tu ausencia. Amando a nuestros hijos y a nuestras familias con una intensidad loca, disfrutando de las cosas pequeñas que antes no era capaz de percibir, conectando con la vida de verdad.

Gracias por ello, mi amor.

Y estás aquí y quiero decírtelo: el cáncer ha perdido para siempre, ya nadie morirá por su culpa. La ciencia ha conseguido parar al bicho, y ya no es más peligroso que un resfriado.

Casi lo conseguimos, mi vida. No puedo evitar sentir rabia e impotencia, ¿por qué no pudo pasar esto hace cuarenta domingos? Qué egoísta, ¿verdad?

Simplemente un resfriado, eso me dejó sin el calor de tus manos sobre las mías.

Pero aprovechemos este momento que me regalan los sueños, celebrémoslo, el bicho ha perdido, y aunque cuando despierte tú volverás a no estar, ya no se llevará más vidas.

Ven aquí, abrázame hasta que despierte y espérame donde te quedes tú.



miércoles, 18 de noviembre de 2015

Para ti

Hoy te he visto, de pronto, en la pantalla del ordenador y se me ha arrugado el corazón.

He podido sentir la contracción en mis entrañas. Tú siempre me remueves, aunque no deba ser así.

Me dueles.

¿Por qué? ¿por qué? ¿por qué?

Yo sé la respuesta.

Junto a ti he sido más yo que nunca, junto a ti he aprendido, he crecido, he mejorado.
He vivido las sensaciones más intensas de toda mi vida.

Tú me has vuelto loca.

Y ¿qué es esto? ¿dónde estamos? ¿qué cojones estamos haciendo?

No te pregunto dónde estás, porque lo sé. Estás en mí, enquistado. Estás en mi mente cuando desayuno con mi preciosa familia, cuando trabajo con ganas y me siento eficaz, cada vez que comparto datos con otro ser humano.

¿Eso fue lo que nos pasó? ¿Esa era toda la información que debíamos compartir?

No lo creo.

Nos cortaron la línea las circunstancias.

¿Piensas en mí alguna vez? Estoy segura que sí. Y que te preguntas qué es esto, dónde estamos y qué cojones estamos haciendo.

Somos idiotas.

Y hoy, que consigo todo lo que me propongo, que soy lo que siempre quise ser, que por fin creo en mí, también te recuerdo. Porque tú siempre lo hiciste, siempre me veías cuando ni yo misma lo hacía.

Gracias por eso.

Gracias por enseñarme el pensamiento práctico, por compartir mis ideas de bombero, por divertirnos tanto, por esos pitis compartidos, por permitirme quererte tanto y por quererme tú a mí.

La vida nos tiene preparados distintos caminos ahora, aprovechemos para recopilar información, porque en esta misma vida nos volveremos a encontrar y deberemos compartirla y ya no se acabará nunca.

Nos veremos pronto, nos daremos un abrazo apretao y no nos acordaremos  de que ha pasado el tiempo, ¡tengo tantas cosas que contarte!

Hasta entonces, cuídate mucho y sé muy feliz.

Tu amiga que te añora y te quiere con todo el corazón.




jueves, 12 de noviembre de 2015

Experimentación interplanetaria


Hasta hace unos años yo quería morirme todo el rato.

Mis días eran una agonía y en la noche no encontraba alivio a mi sufrimiento.

Mi cabeza no paraba de pensar y pensar. Se solapaban los pensamientos negativos, no daba abasto, tenía mucho trabajo reflexionando sin llegar a ningún lado.

Estos pensamientos destructivos no dejaban sitio a los buenos, ni me permitían operar con normalidad. Algo tan simple como vestirme, qué digo vestirme, simplemente levantarme por la mañana era todo un reto.

Recuerdo la decepción al despertar, por seguir viviendo, por seguir en este mundo.

Me inventé que en realidad esta no era la vida, la vida era otra y era espatarrante. Lo que me pasaba es que formaba parte de un experimento maquinado por seres superiores, que ponían obstáculos constantemente a mis pasos y depositaban un saco de cien quilos sobre mis hombros para dificultarme la tarea.

Y nada me valía. Porque todo era mentira. Yo era mentira.

No se puede construir en base a la mentira y mi experiencia en la vida formaba parte de un estudio interplanetario.

No valía la pena intentar escapar, los SIMS no pueden decidir y yo tampoco podía.

Tenía un chip que reproducía imágenes de momentos traumáticos del pasado de forma constante. Y otro, que me decía al oído que nadie sabía que existía yo y a veces me recordaba que todo ser que yo quisiera,  moriría.

Por las noches, si conseguía cerrar los ojos, soñaba estar entre ovillos gigantes de lana que se entrelazaban, estaban enredados y eran eternos, yo trataba de desliarlos pero eran enormes y  estaba tan cansada...


A veces, conseguía compañía para dormir y era glorioso. Durante un ratito no tenía miedo. La ventana no se abría y cerraba sola, no habían personas en la habitación con cara de nada, personas que no debían estar.

Un día se me ocurrió tocar las pelotas a los marcianos manipuladores.

No podía cambiar el escenario, pero podía cambiar el personaje.
Decidí ponerme una careta invisible que solamente yo sabía que llevaba. Mi nuevo personaje desoía los mensajes negativos, ponía sentido del humor a todas las situaciones que se le presentaban, pasaba olímpicamente de los problemas terrenales, no solucionaba ninguno, no tenía fuerzas, pero de eso no tenía que darse cuenta nadie o el plan fracasaría.

Mentira, todo mentira.

La vida seguía sin serme grata pero al menos tenía la motivación de joderle el experimento a los psicópatas que me torturaban.

Así estuve unos años, con la máscara de alguien que tampoco era yo. Sobreviviendo y deseando que una certera maceta cayera de una ventana directa a mi cráneo, la maceta liberadora.

Pero la verdad siempre prevalece, sale a flote como el aceite en un vaso de agua.

Y la verdad es que todo seguía siendo una mierda y que ya no me satisfacía boicotear el plan.
Comencé entonces a pensar en desaparecer del escenario, matar al personaje. Ya había constatado que no iban a permitir que eso pasara por azar, tenía que procurarlo yo.

Y así, una noche de tantas, una que precisamente no planeaba hacerlo, lo hice sin más.

Y mi último pensamiento fue para mis niñas, y fue uno bonito, porque yo no iba a estar para ser un mal referente en sus vidas, lo entenderían algún día. Los demás no se darían ni cuenta de mi marcha.

Iba a ser libre y con suerte, iría a la vida de verdad. Donde la mente piensa las cosas de una en una, donde hay amor por todos los lados y nadie tiene miedo de darlo, ni de recibirlo, donde puedes ser de verdad y no hay miedo, ni dolor.

Y volví y me enfadé mucho.

Ahora sí que me la habían jugado pero bien. Se me había acabado el rollo. Ya no valía la careta que llevaba hasta el momento.

Pero eso no era todo. El Karma me tenía preparada una buena lección.

Mi madre tuvo que venir desde lejos para echarme una mano con esto, fuimos a un psiquiatra nuevo, me hizo el mismo apaño que los demás...

Se concluyó que no podía hacerme cargo de mí misma, hablamos de que mi abuelo me tutorizara, fuimos a verlos para contarles lo sucedido y pedirles ayuda.

Y al llegar a casa de mis abuelos, nos recibió su perro, sobreexcitado, como siempre.

Aunque esta vez no pudo soportar tanta emoción.

Mi abuela cayó desmayada en el mismo pasillo donde nos estaba recibiendo, mi abuelo, fuera de sí, trató de hacerle la reanimación cardio-pulmonar, desgraciadamente sin éxito.

El perro de la familia murió, murió de emoción, de felicidad, ¡qué increíble forma de morir!

Y mis abuelos murieron un poco con él. Ya nunca volvieron a ser los mismos, y hoy, después de once años, todavía lloran su pérdida.

Él era su magnífico y fiel compañero, pero era un perro.

Yo soy una persona, soy su nieta.

¿Cómo coño llegué a creer que tenía derecho a hacerles tantísimo daño? ¿con qué licencia me creo yo para pretender acabar con una vida que en parte me han regalado ellos? ¿Cómo pude llegar a sentir claramente que estaba sola en esto, que mis decisiones me repercutían solamente a mí?

No tengo ni puta idea.

Pero con la marcha de Yanko, finalizó el proyecto de experimentación interplanetaria, cogí las riendas de mi vida y empecé a trabajar en mí incansablemente y como no sabía dónde estaba mi eje, decidí que iba a dejarme llevar por el amor que los demás demostraban hacia mí, por sus consejos, iba a ir de su mano y cuando ya pudiera de nuevo volar sola, volaría.

Y eso hice.

Y trabajé y trabajé, y sigo trabajando. Porque la depresión siempre está al acecho, no puedes bajar la guardia, y cada día pongo otra piedra en la trinchera, para cuando lance sus misiles, no me alcancen.

Para que nunca vuelvan los jodidos marcianitos.



viernes, 16 de octubre de 2015

Martes trece.



Me pregunto qué pensaste al despertar, si te cagaste en el despertador cuando te avisó temprano de que se había terminado el puente y tocaba currar.

Me pregunto si tu cuerpo te había dado algún aviso y no te diste cuenta.

Me pregunto si despertaste pensando en ella.


Yo espero que sí.

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Tu piedra preciosa me dijo por la mañana que no podía soportar más frío que el que hacía ya ese martes de otoño, no tenía ni idea de que iba a ser el otoño más gélido de su vida, y posiblemente el invierno.

No te preocupes, la vamos a abrigar todo lo que podamos.

Sin darnos cuenta, el destino lanzaba señales de que algo inminente iba a pasar, y no pensábamos que la carta del tarot, que decía que iba a tener que renunciar a algo, se iba a referir a ti.

A ti no hubiese renunciado nunca.
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Tu partida me ha hecho pensar.

Deberíamos vivir como si hoy fuera nuestro último día en La Tierra.
Deberíamos planificar menos.
Deberíamos decir más veces TE QUIERO y decirlo de verdad.
Deberíamos lanzarnos más y no esperar a estar completamente seguros de nada.

Porque ya lo ves, no hay nada seguro.

Deberíamos despertar cada mañana agradecidos por respirar.
Deberíamos cuidar nuestro cuerpo para alargar el camino.
Deberíamos disfrutar al máximo, y cuando no, poder echar mano de recuerdos e ilusiones.
Deberíamos acostarnos con la satisfacción de no dejarte nada en el tintero.

Porque ya lo ves, tu corazón se rompe y la clase se queda sin hacer.

Deberíamos sentarnos y dibujar nuestros sueños.
Deberíamos sonreír todo el tiempo, porque tenemos una oportunidad, estamos vivos.
Deberíamos ser fieles a nosotros mismos.
Deberíamos desprogramarnos.

Porque ya lo ves, mueres solo tú, deberías vivir siendo tú y no lo que se espera de ti.

Deberíamos hacer el amor como los locos.
Deberíamos perdonar a los demás y a nosotros mismos y seguir adelante.
Deberíamos trabajar y aprender mejor, pero menos tiempo.
Deberíamos meditar un ratito al día.

Porque ya lo ves, qué frágil es la vida.

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Me pregunto si sabes que ya no estás.
Me pregunto dónde estás.
Me pregunto si sigues siendo.

Si estás cabreado con la vida o si por el contrario, aceptas con serenidad este cambio de planes.

Me pregunto si estás satisfecho o si te faltó algo.

Espero que sientas paz y que no la olvides, porque ella no va a hacerlo nunca.

Gracias por darme una gran lección de vida, en la muerte.

Gracias por tu último domingo.

Me ha encantado conocerte, feliz viaje.






jueves, 8 de octubre de 2015

La vida que se fue de mí.

Aunque parezca imposible, yo cuando nací era muy pequeña.

Creo que por entonces ya era vieja, pero fingí ser bebé para no acojonar a nadie.

Pasaron los años y empecé a interpretar el papel de niña. Y cada vez era más difícil ser y vivir como los demás esperaban que lo hiciera.

Pero yo tenía un plan.

Me gustaba mucho observar situaciones cotidianas.

De cuando mi tía la pequeña se decía cosas al oído con mi tío y se metían mano, creyendo que nadie les miraba, (aunque yo los espiaba de reojo y mi abuelo los miraba como si estuviera a punto de desenfundar la escopeta de su difunto padre) aprendí que las parejas pueden ser cómplices, pueden reír juntos, disfrutan de su tiempo en común y se demuestran cariño.

Yo de eso no tenía ni puta idea.

Siempre tuve la sensación de que a mis padres los habían juntado, con mala leche, un poder superior o algo así.

La sociedad de los cojones, de nuevo, lo que se supone que debemos hacer, eso los unió.

Recuerdo a mi abuela empalmando el desayuno con la elaboración de mil botes de conserva, el arroz con leche de postre para los diecisiete o un rancho de caracoles. Recuerdo entonces, admirarla por su esfuerzo y sentir repelús al mismo tiempo,  por echarlo tanto en cara.
Es curioso que, por mucho que me esfuerce, no consiga visualizar una sola cara de satisfacción por tener a todos sus hijos y nietos a su alrededor. Creo que ella no consigue disfrutar de ello.

Creo que, por ella, y por todos aquellos que  no pueden, me propuse a mí misma amar a mi familia con toda mi alma y no perderme ni un detalle mientras estemos juntos, ni bonito, ni feo.
Aprendí que querer es mucho más que vestir a tus hijos limpios y sin descosidos, llenar el estómago a tu marido con deliciosos platos o agasajar a los invitados con lo que no sueles poner para los tuyos.

Gracias iaia.

También recuerdo especialmente un momento en el que el salón parecía el Valle de los Caídos, que era lo habitual a la hora de la siesta y mi tía favorita abrazaba a mi prima Raquel en su habitación. Era tan chiquitita... La arrullaba con tanto amor, la acariciaba suave, la olisqueaba. Era su momento, el momento de las dos, y yo lo compartía con ellas sin que se dieran cuenta.

Lo siento, chicas. Pero no me arrepiento de ser testigo de uno de los momentos más bonitos que puedo recordar.

Ahora sé que empecé a reconciliarme con mi faceta de hija cuando comprendí que entre ellas se daban paz, cuando miraba la expresión de mi tía conteniendo la emoción al observar a su bebé.

Sé que mi madre también me ha mirado así, pero yo no me permitía reconocer el amor en sus ojos.

Perdóname, mama.

Y bueno, así iba creciendo, sin interesarme absolutamente nada lo que los niños hacían y fijándome en lo que me gustaba y lo que no, de los mayores.

Tenía que aprender a ser grande. A valerme. A no necesitar. Porque si no necesitas, no te decepcionas.

Y decidí no vivir, decidí prepararme para la vida que había planeado. Pero mientras, la vida se iba.

Y me hice mayor, y me di de hostias hasta en el carné de identidad, y lloré un mar, pero, ¿cómo era eso posible? Me había estado preparando tanto para ese momento...

Entonces me inventé que no podía vivir todavía, porque mi cuerpo no era como debía ser.

Y me destruía desde fuera, pero eso te lo cuento otro día.

Otra vez aplazando, otra vez dejando escapar la vida.

Y llegó el día en que me permití ser madre, y me tocó serlo en la muerte. Y me topé con la realidad.
Cuando pude sacar una lectura, comprendí la más valiosa de mis enseñanzas: Que la vida es frágil pero es un regalo maravilloso.

Más tarde volví a experimentar otra maternidad, esta vez en la vida. Y este aprendizaje complementó al primero y me dije a mí misma "ni un minuto más", no aplazo más vivir, no alargo más la posibilidad de ser feliz, no me quedo en el limbo más por miedo a sufrir.


Y ahora solamente quiero ser yo, no un collage de los demás.

Y ya no se me escapa ni un segundo más de vida.




jueves, 16 de julio de 2015

Gatita.



Y entonces cierro  los ojos y puedo verme a mí, en esa habitación tenue, tranquilita. Arropada por él, por su amor, por su fuerza. Embriagada de emoción, de orgullo por la grandiosidad del momento, por la intensidad de las sensaciones.

Concentrada en mí, en ti y en la magia.

Puedo verme porque estoy en otro plano, otro infinitamente superior que el que nos proporciona la vida terrenal.

Y me observo. Estoy en una cama, concentrada, abriéndome, disfrutando, absorbiendo cada segundo para no olvidarlo, comunicándome contigo para hacerlo juntas, conociendo de verdad a mi cuerpo, su fortaleza, admirándolo, reconciliándome con él.

Y soy tan pequeña, tan poco capaz. Necesito a mi madre, yo sola no voy a poder hacer algo tan importante, nunca hago nada bien, ni nada hasta el final. 

Sin embargo, con mis propios ojos estoy constatando cómo sí lo estoy haciendo, cómo puedo.

Tú mereces todo mi empeño, mereces ser bienvenida como el milagro que eres, mereces que yo me inspire en ti para recuperar las ganas de vivir.

Todos deberíamos ser tan amados como para formar parte de la inspiración vital de otro.

Pero es que yo también soy pequeña, como tú. Siempre he sido una pequeña haciendo cosas de grandes, me tienes que ayudar con esto.

No sé por qué estoy aquí, cómo es posible que yo vea todo lo que está pasando y nadie me vea a mí, ni por qué yo soy una niña pero me puedo ver en esa cama con un cuerpo tan grande, sonriendo y llorando al mismo tiempo, ¿estaré loca?

Esa es otra. Estoy loca.

Pero esta vez no son las normas sociales o los consejos de los demás lo que me empuja, eres tú, son tus ganas, tu entusiasmo por empezar ya una vida que a mí me aterra.

No tienes ni idea de lo que hay aquí, yo todavía me sorprendo a diario. No va a ser fácil.

Y luego está EL TEMA, ¿te has pensado bien hacer esto conmigo? Es fundamental elegir un buen compañero de camino. Yo no soy buena en esto, antes de que te encabezonaras en aparecer yo ya perdí tres veces esta partida.

Soy una niña y no me entiende nadie. Y ahora me veo  en esa cama y no sé qué puedo hacer para ayudarte, para ayudarnos.

Se me ocurren unas ideas muy locas: ¿y si dejo de ser una espectadora? ¿y si participo de mí? ¿y si yo decido cómo recibirte? ¿y si respeto mis tiempos y a mi cuerpo?

Voy a volver, me tumbaré en esa cama, me abrazaré a mí misma, me daré fuerza, aliento, entusiasmo y ganas, y entonces creceré,  pero nunca me iré del todo.

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Has nacido de mí, gatita, he podido. 

Mi cuerpo ha dejado de ser mi enemigo y le estaré eternamente agradecida, he planeado cada detalle de tu nacimiento y lo han respetado. 

Me he sentido querida, realizada como mujer, inteligente, fuerte, valiosa y ¡viva!

Ya nunca nadie podrá decirme que no puedo, ni yo tampoco, porque he podido sin la ayuda de nadie más que la tuya.
Gracias, porque me has ayudado a curar a la niña herida que malvivía en mí. Ahora es feliz.
Trataré de devolverte el favor,  acompañándote con todo mi amor, descubriendo juntas lo maravilloso que es vivir.

“Gracias por ese día en el que mi mente hizo click, gracias por estos dos años, han sido los más felices para mí.
Sigue divirtiéndote, gatita.

Te quiere con el alma, mami.”


La cama volando. Frida Kahlo. 1932.

jueves, 7 de mayo de 2015

Rodrigo.


Ella posó la mano sobre la de él y volcó todo su amor.

Él la recibió como si fuese un manantial en medio del desierto, sediento, ansioso, agradecido.


Rodrigo era un chico guapo, alto, atlético. Sus ojos amarillos, lucían brillantes, llenos de vida.

Rodrigo era feliz.

Vivía en un piso de 70 metros sin ascensor de un barrio obrero de Barcelona. Trabajaba duro en una fábrica de tocadiscos, tras sus horas, hacía extras y tras sus extras, hacía reparaciones en su casa.

En casa tenía todo lo que podía necesitar: Sus aparatejos de genio loco, su pijama planchado, su traje de domingo, sus recuerdos del pueblo del que un día salió en busca de un futuro mejor, su paella de los fines de semana, sus cuatro retoños, su fiel compañera Chispa, que le recibía siempre moviendo el rabito, y Teresa, su amor.

Para Rodrigo su mundo empezaba y terminaba allí, en su hogar, donde tan seguro se sentía, desde donde creía ser capaz de cualquier cosa. 
Era en la alfombra de su salón donde subía a sus niños a su espalda y simulaba ser un caballito, donde los sábados por la noche se marcaba unos pasos de baile con su señora y donde después hacían el amor, eran sus siestas después del telediario, donde su madre y su querida suegra pasaron sus últimos días. Su templo.

Y el trabajo era únicamente un medio para conseguir un fin, el bienestar de su familia.

Últimamente Rodrigo prefería trabajar desde casa, tenía suficientes encargos y dedicaba a sus inventos el tiempo que le quedaba libre.

Le gustaba escribir poesía.

Sus niños cada vez pasaban más tiempo en la escuela y  Teresa se pasaba el día en la cocina.

Se sentía extraño, pero todo tenía que estar bien porque estaba en casa, en casa nada malo podía pasar. Le dolía un poco el cuerpo pero pronto la gripe mejoraría y podrían salir a merendar con los niños, y Teresa se pondría ese vestido de flores que le volvía loco de amor.

Pronto pasaría este invierno.


Pero ahora esta mujer cogía su mano y le pedía por favor que la mirara a los ojos y dijera su nombre.

Y Rodrigo no tenía ni idea de quién era, ni de qué hacía en su casa, ni de qué le iba a decir a Teresa si les encontraba en medio del salón agarrados de la mano.

"- Abuelo, por favor, mírame."

Y estaban a punto de dar las cinco y media y los niños no habían llegado de sus clases, ¿qué estaba pasando?

"- Abuelo, vuelve, soy Marta. Mar-ta."

Y Teresa debía estar muy disgustada con él, porque hacía días que no le dirigía la palabra. Si les encontraba ahora, iba a disgustarse todavía más.

"- Perdone, creo que se confunde, no sé cómo ha entrado en el salón de mi casa, pero debería irse. Mi señora está al llegar. 
- Abuelo, soy tu nieta Marta y la abuela Teresa hace años que ya no está con nosotros.
- ¡Loca! Es usted un demonio que ha venido a mi casa a volverme loco a mí. ¿Qué quiere? ¿dinero? ¡Déjeme en paz o llamo a la policía!
- Abuelo por favor, solo quiero que conozcas a tu bisnieto Hugo, tiene 10 días. Trata de pensar y tranquilizarte."

La cosa es que su cara me resulta familiar, ¿a quién se parece esta chica?

Oh Dios mío, es igual a Teresa.

Pero, ¿dónde se ha metido mi mujer? ¿por qué llora esta muchacha con su bebé en brazos? ¿y mis hijos? ¿por qué me llama abuelo? Yo no soy abuelo, ¡apenas estoy comenzando a ser padre!

Ahora la loca pone algo en un aparato y en el televisor sale un viejo, ¡en color! debe ser un artista veterano, ¡hay que ver lo que me recuerda a mi padre! Pobrecico...

El hombre suelta un discurso, dice llamarse Rodrigo y dice que no hay que tener miedo, que es complicado entender, pero que a veces, la realidad es diferente a como creemos que es, pero que nunca estamos solos. Se mira las manos y las enseña, yo hago lo mismo por imitación.

Mis manos han cambiado mucho en este rato, están arrugadas, blanquecinas y tienen manchas, no son manos fuertes y jóvenes.

Empiezo a entender. No es necesario decir nada, la mujer que está a mi lado, apoya al crío en su pecho con una mano y con la otra alcanza un espejo y me lo presta.

Me miro y no me veo. No soy yo. Sin embargo levanto una ceja y el del espejo hace lo propio. No hay duda, soy yo. Y el del televisor también soy yo.

Pero ya no sé quién, ni dónde estoy, ni qué ha pasado.

Tengo miedo.

Marta me cuenta que Teresa murió hace unos años, también dos de mis hijos, ¡mis niños!.

Comprendo. Lloro. Me quiero morir.

Ha venido a pedirme que vayamos a una residencia, el resto de mi familia espera en una habitación, por lo visto necesito ayuda y ya no me valgo. No pueden soportar devolverme a la realidad todos los días. Verme sufrir así.

Y yo la miro pero por dentro imploro a Dios que me lleve con él.

Accedo. Si me sacan de casa me muero, pero es lo que deseo. Y cojo su mano, la mano de mi nieta mayor, a la que adoro, sin poder comprender cómo he podido olvidarla,  y la beso y ella limpia mis lágrimas con sus dedicos.

"- Te quiero, Martita. ¡Qué bonico es Hugo y qué mozo es!"


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Hoy vengo de trabajar más feliz que nunca, me llevan en coche con chófer a la casa nueva, debo ser  muy importante, ya verás cuando se lo cuente a Teresa.
Esta tarde salimos los seis de merienda y lo celebramos, a ver si se pone ese vestido de flores, ese que me vuelve loco de amor.









lunes, 20 de abril de 2015

Los lunes sin Sol.



Es lunes y llueve.


Y sonrío. Y sonrío. Y sonrío.

Es la leche ser feliz.

En una ocasión alguien me dijo que la felicidad no existía, que lo que más se le acercaba eran los acontecimientos bonitos y los orgasmos.

¡Y llegué a creerlo y ya me parecía la leche!

Anhelaba tanto ser feliz, aunque fuera por un ratito... Pero tenía la certeza de que nunca sabría lo que es eso.

¡Cómo me equivocaba!

Pasé la infancia con cara de culo, la adolescencia con cara de culo y parte de mis años de adulta con cara de culo, ¿cómo iba la vida a sonreírme si no le sonreía yo a ella?

Desde la canijura de uno, se aprenden cosas tipo "ante estos estímulos debes sonreír y lo haces porque te hacen feliz"

Rollo:

- Verano.
- Vacaciones.
- Bonanza económica.
- Nacimientos varios.
- Sol.
- Celebraciones de sacramentos absurdos.
- Fin de semana.
- Buenas notas.
- Tu cumpleaños.

Estas son las bases de la felicidad que mamamos desde chicos.
Y bueno, a tope con ello pero, ¿no sería más interesante que nos enseñaran a disfrutar de cada momento? ¿que supiéramos que se puede ser feliz en cualquier época del año? ¿que los lunes están cargados de magníficas oportunidades? ¿que cuando llueve es una genial ocasión para sacar tu paraguas favorito a la calle?

Nadie nos dice que la felicidad no son cosas, ni ocasiones, ni estímulos,  que la felicidad está en ti. Eres tú.

Yo me he propuesto hacerme feliz.

Un día me dije que iba a experimentar a ver qué pasaba si me olvidaba del mundo, para bien y para mal y me centraba en lo que yo misma me pudiera procurar.

Me cansé de excusas. De decirme "estoy deprimida por las cosas que me pasan". Decidí conocerme, aceptarme y aprender a gestionar las situaciones que me pasan en mi propio beneficio.
Me forcé a sonreír delante del espejo. Recuerdo cómo se me torcían los labios, me costaba aquello lo que no está escrito, parecían una barra de hierro...

Pero todo se educa, el optimismo también es plástico y cuando tu mente te dice sí, eres capaz de cualquier cosa.

¿Y si lo pruebas? ¿y si te abres a la vida? ¿ y si te quieres y lo proyectas? ¿y si empiezas a disfrutar el camino y no solamente la meta? ¿y si no te pierdes nada?  ¿y si sonríes?



De nada.  :)









jueves, 16 de abril de 2015

Me querían.


No tengo muy claro cómo empezó todo. Puede que tratando de hacer memoria, si me concentro mucho, mucho, muchísimo, llegue al primer momento en el que las cosas comenzaron a ponerse raras.

Pero me ha costado mucho dejar de pensar en ello como para ponerme voluntariamente a recordar.

Todavía duele. Todavía cierro los ojos y puedo sentir el tacto de su mano sobre la mía, su aliento en mi cuello.

Su mano y su aliento de cerdo.

En septiembre del 92, todavía coleaba el furor de las Olimpiadas de Barcelona y en casa, aún no teníamos demasiado asimilado que una etapa había terminado, que nos habíamos mudado, que ahora compartíamos habitación, que si el cole nuevo, que si dónde estaban todas nuestras cosas, que si este fin de semana te tocan a ti, que cuándo vamos a ver a mami, que trabaja día y noche.

En esa época, yo era tan vulnerable...

Y él tan hijo de puta....

En septiembre del 92 yo empecé cuarto en mi cole de acogida, mi cole amoroso, que tanto cariño me había dado durante el último trimestre de tercero. Con ese tutor clavadito a Felipe González, con su movimiento hipnótico de trasero, con su sonrisa, con sus buenas intenciones.
Y ocurrió que juntaron  las dos clases, y dejamos de ser trece, para ser veintiséis, y dejamos aquello de "A de asno, B de burro" Al menos por el momento.

Fue entonces cuando Felipe González dejó de ser nuestro tutor, y llegó El Innombrable.

El tipo tenía la misma cara del enano gruñón de Blancanieves.
Pinta de cura, medio calvo, unicejo, con psoriasis, sonrisa siniestra, siempre frotándose las manos, asqueroso.

Y miraba raro.

Y comenzó el curso y, casualmente, yo siempre me tenía que quedar a la hora del patio con él, en clase.

A reflexionar.

Y no tenía ni idea de qué era lo que hacía mal, por qué tenía que reflexionar tanto.

En esa media hora diaria, en la que mis compañeros creían que yo me quedaba a "hacer la pelota", ese hombre me trabajaba la mente y el alma a base de bien.

Primero se aseguró de que tuviera muy claro que mis padres se habían separado por mi culpa y que de toda esta situación (traslado, cambio de cole, tristeza familiar...)  la culpable era yo.
Después, cuando yo ya me sentía más mojón, si cabe. Empezó a hacerme ver que nadie me quería, que yo no merecía que me quisiera nadie. Recuerdo un día especialmente, en el que me invitó a mirar por la ventana de la clase cómo jugaban mis compañeros y el resto de niños y niñas y me dijo:

- ¿Ves toda esa gente de ahí abajo?
- Sí.
- Pues de todos ellos, nadie te quiere. Solamente yo.

Y me abrazó. Me tocó como un maestro jamás ha de tocar a un niño, por primera vez.

Fue entonces cuando comenzaron sus "muestras de cariño", de la única persona que me quería en el mundo, según él, que se había encargado de grabármelo a fuego.

Y empezó a ser habitual que tal y como mis compañeros llegaran al patio y él los viera por la ventana, viniera a la mesa donde me obligaba a estar sentada, me cogiera la mano y alternara palabras de cariño con vejaciones hacia mí. Él hacía el favor de quererme, cuando nadie lo hacía, porque yo no lo merecía.

¡Valiente hijo de la gran puta!

Y así día tras día, tras día. Cada vez se tomaba más libertades, cada vez tocaba más, cada vez me destrozaba más el espíritu. Y yo, que nunca había recibido abuso de ese tipo, ni lo había visto en mi casa ni en mi familia, no lo supe identificar en aquel entonces.

¡Qué bien se lo montó el muy desgraciado!

Y así fueron pasando los cursos. Quiso la fortuna que fuera mi tutor también en quinto y sexto. Quiso la fortuna que él comiera cada día en el colegio, cuando yo trabajaba en el comedor para poder pagarme la cuota mensual.

En ese tiempo mi madre fue a hablar con él y pensó que estábamos muy unidos, eso es todo. No la culpo. El hijo de puta lo supo hacer muy bien.

Y en octavo, mi amiga J se animó a trabajar en el comedor conmigo.

Y este tío se pensó que todo el monte era orégano. Pero J era ya una chica de trece años, sana psicológicamente, sin carencias afectivas. No procedía.

Pero lo intentó.

Y J en el segundo cero, como mujer inteligente y mágica y sin igual, que es, supo detectar eso. Y yo, que no se lo había contado a nadie, ni a ella, que era mi amiga más querida, confesé. Y ella me dijo que no era normal, que no estaba bien. Y entonces  lo vi. Y el asco me salía por las orejas y me aferré a J como si fuese una balsa de salvamento. Y lo fue.

"Gracias, AMIGA, te debo una bien gorda."

Y con el fin de la E.G.B. se acabó.

Y empecé a controlar sus pasos en la distancia, y no paso por la plaza Libertad ni a día de hoy, veinte años después, aunque sé que ya no vive allí, ni en mi comunidad autónoma, y sospecho, ya en este mundo.

Hace unos pocos años, en una cena de antiguos compañeros, quise que ellos lo supieran, necesité decirles que lo que pasaba en esas horas de patio no era lo que ellos pensaban. Que yo nunca quise no salir a jugar a pichi con ell@s. Que no era una pelota. Y me respondieron, alucinados algunos, cabreados otros,  pero con respeto y cariño hacia mí.

Y ya estoy liberada, y ya nunca podrá volver a hacerme daño.

" Sí me querían, maldito hijo de mil putas. Tú me robaste unos años, yo no voy a dedicarte un minuto más."








lunes, 13 de abril de 2015

Piso dos.



Hoy da comienzo una nueva etapa profesional para la menda en esta empresa de locos.


Y  me elevo dos plantas más arriba físicamente, y me propongo hacer lo mismo con mis ánimos.

Tengo una emoción... unos sentimientos encontrados....

Es un poco como ir mirando de reojo el escritorio de tu cuarto, a principios de septiembre, con tus libros del próximo curso perfectamente nuevos y colocaditos ¡y con ese olor! ¡Mmmmm!

Pues ese olor a Anaya y a Santillana (porque yo soy de los ochenta...) soy capaz de sentir, esta mañana de cambios del mes de abril.

Entonces entro en el ascensor de los ascendidos y marco el número dos. Y añoro el cero...

Y hace como frío, pero de ese raro. Fuera tenemos una mañana fresca de primavera pero es que, en esta oficina, el ambiente es gélido. Cuánta  represión, por Dios. Menudo postureo y semejantes palos de escoba metidos por el culo tienen algunas y algunos.

Y se supone que esto es "más". ¿Subo dos plantas en el ascensor y ya soy un semidios? ¿es eso?. ¿Eso es lo que les ha pasado a las personas que trabajan en la cima?

Pues tienen la cara consumida, pinta de no follar mucho o más bien, nada. No hablan entre sí, no se ríen y no se miran. Sin embargo, menudas ansias por mirarte con cara de amargura si bromeas con un compañero y este se ríe ¡SE RÍE!

¡Sacrilegio!

Lo mismo hay normas no-escritas de convivencia en el Departamento Gris y  no lo sé. Sería algo como esto:


DEPARTAMENTO GRIS.

1. Honrarás la figura del Gerente por encima de todas las cosas.
2. No permitirás que tu compañero/a crea por un momento que eres humano/a.
3. Vendrás de casa en tu punto perfecto de amargura y con el palo correctamente    colocadito.
4. Tendrás el Aura verde botella.
5. Cuanto más trepa, mejor.
6. No sonreirás. Sonreír = caca.
7. Mirarás por la ventana, cómo camina el populacho y te sentirás la polla con cebolla.
8. Tu cara de asco te acompañará siempre.
9. Te traerás un almuerzo de no más de 99 calorías y odiarás a muerte a la de la palmera de chocolate.
10. Harás del trabajo tu vida y de tu vida un infierno.


Pero ya me he encontrado semejantes huesos duros de roer en el pasado. En el gremio de la administración por lo general, no predomina precisamente la pasión.

Y al final esos huesos los he roído.

Mi técnica es la mundialmente conocida como la de La Erosión.
Cuantas más caras largas, más dicharachera yo, ¿que hay malas palabras?, pues yo las termino todas en -ito o -ita, y nada de silencios incómodos, a rellenarlos todos con conversaciones constructivas.

Y poco a poco, me los voy llevando a mi terreno. Porque no me rindo, y mucho menos me voy a dejar llevar por la desidia que se respira en el ambiente, yo ahí, erosionando, grabando mi buen rollo a fuego.

Y no sé lo que tardaré en marcharme,  pero a mí me han educado para dejar los sitios mejor de lo que me los encuentro.

Veremos lo que tardan en amarme...


Continuará.










jueves, 9 de abril de 2015

Viernes, 9 de abril de 2010.



Hoy se cumplen cinco años.


Papi y yo te dimos la vida, lo que quizá no sabes es que tú hiciste lo mismo con nosotros.

Y te miro. Y estás tan mayor, tienes salud, eres tan inteligente, tan bonito, y tienes tanto amor siempre dispuesto a regalar... que por un momento creo en Dios.

Porque que estés con nosotros me parece un milagro, una bendición, si  me pongo más solemne.

Seguro que si te cuento esto me preguntarás qué es Dios, y yo no sabré muy bien qué decirte pero te explicaré el cuento de ese chico que murió en la cruz, ese que te conté un día en que fuimos a una iglesia porque te apetecía entrar, el mismo que te emocionaste mirando una imagen de Jesús sangrando en brazos de su madre, y me dijiste:

- Y, ¿por qué no le pone una tirita su mami?
- Porque lo que le han hecho no se cura con tiritas.
- Y, ¿por qué su mamá ha dejado que se haga pupa?
- Porque las madres no podemos proteger a nuestros hijos de todo.
- Y, ¿por qué lloran esos bebés gorditos?
- Se llaman querubines y lloran porque Jesús está muriendo.
- ¿Como el iaio de Nicolás?
- ...


Y hacía más de seis meses que el abuelo de tu primo Nicolás ya no estaba, y yo pensaba que no, pero lo habías entendido perfectamente.
Hablamos de las estrellas, de que hay más personas que queremos en ellas, que nos iluminan y que están felices. Me preguntaste tantas cosas que necesité llamar a la Padrina para que me echara un cable cuando la cosa se puso tan densa que no supe por dónde tirar.

Así que si te digo que a veces me siento tan afortunada por tenerte que me da por creer en Dios, seguramente me digas que mejor crea en los alienígenas o en los Minions, que por lo menos no permiten que sus hijos sufran y les salga sangre, que es lo más impresionante del mundo para ti.

Algunas noches, cuando me acuesto contigo y te espachurro, me dices que me quieres.

No puedes imaginar lo que esas palabras me hacen sentir. Me llenan más que cualquier otra cosa en el mundo. Solo las igualan cuando dices: "Mama, qué feliz soy."
Se suponía que no exteriorizarías nunca, que no identificarías nunca tus sentimientos, pero lo haces.

- Mami, te quiero.
- Ah, ¿sí? Y, ¿cómo lo sabes?
- Porque me duele aquí - y tocas el centro de tu pecho.
- Pues entonces no es amor, porque el amor no duele, eso es que te has dado un golpe- Y me río.
- Es que no me duele de llorar, me duele de que se me sale el amor cuando estoy contigo.
- Ah, ¡vale! porque no me gusta que te duela nada, ¿sabes lo que me gusta, tete?
- ¿el qué? - Me preguntas, pícaro, sabiendo perfectamente la respuesta.
- ¡Tú!

Y te como a besos hasta que te agobio, y me llamas pesada pero te partes de risa.

Y así quiero que las cosas sean siempre entre tú y yo. Que se nos salga el amor del pecho cuando estemos juntos, incluso cuando no.

Es que no puedes ser más zalamero, hijo. Hace unos días te fuiste con papi al cine y nos dijiste mil veces que nos ibas a echar de menos muchísimo a tu hermana y a mí. En la guardería de M, donde te has quedado unos días a jugar, dicen no haber visto nunca dos hermanos echando la siesta allí, abrazados, dicen que acompañaste a tu cuchi dándole besitos en las manos hasta que se quedó dormida.

¿Cómo no voy a pensar que eres una bendición?

Por fin encontré a mi compañero de andanzas, hecho a medida. Me encanta tu mirada cómplice cuando propongo un plan excéntrico de los nuestros o una merienda en familia en el suelo de tu cuarto, un entreno mami-tete un domingo por la mañana,  un desayuno perrete en la cama, un juego en el que yo soy tu sombra y te persigo hasta que muero de agotamiento...
Siempre me secundas, deseando vivir aventuras, exprimiendo los momentos. Tú te comes la vida, mi amor, y estás ayudándome a cerrar etapas que no viví bien cuando tocaban y enseñándome a vivir la que ahora sí toca. Tú me muestras cada día la magia en la que yo nunca creí, ni siendo más pequeña de lo que hoy eres tú.

Por eso siempre te estaré agradecida, mi vida. Por darme una oportunidad para reconducirlo todo, por mostrarme el amor más grande que existe, por abrirme la mente a tu fantasía y a tu peculiaridad, ahora tolero más y mejor al resto de las personas, por darme un motivo para querer ser mejor cada día, porque desde tus ojos he aprendido a quererme y por recordarme que la vida no ha de pasar, hay que devorarla.

Gracias, príncipe azul que yo soñé, porque tú me regalaste la vida el día que yo te di la tuya. Y aunque parezca un buen trato, papi y yo salimos ganando, te lo aseguro.

Mira lo grande que eres, hijo. No olvides nunca la magia que obraste con tan sólo 5 añitos y tu metro catorce. Nunca creas que no eres capaz, ni que el mundo es el cuadrado donde nos intentan meter a todos/as a presión. Que tengas una larga y feliz vida, huevote.

                                                                               Te quiere y siempre creerá en ti,

MAMI






martes, 7 de abril de 2015

En un instante.



El poder que tiene un momento, lo decisivo que puede llegar a ser.
Todo puede dar un giro radical.


En un instante, se va la luz  y el despertador no suena.
En un instante, un orgasmo.
En un instante, hierve la leche en el microondas.
En un instante, un positivo en el test de embarazo.
En un instante, te entra hipo.
En un instante, el cáncer.

En un instante subes al último metro y las puertas se cierran tras de ti.
En un instante, se te dobla el tobillo.
En un instante, aparece el amor.
En un instante, te equivocas de carrera.
En un instante, metes tu elección en una urna.
En un instante, se perdió el respeto.


En un instante, el primer beso.
En un instante, un desahucio.
En un instante, el último abrazo.
En un instante, la inspiración llega. 
En un instante, lo pierdes todo.
En un instante, la vida.

En un instante, un quirófano.
En un instante, el carné de conducir.
En un instante pierdes la dignidad.
En un instante, nacer.
En un instante, tu casa arde.
En un instante, su voz.


En un instante, firmas un contrato.
En un instante, se desprenden tus retinas.
En un instante, la tecla "ENVIAR".
En un instante, ese tren en Atocha.
En un instante, un sí quiero.
En un instante, una mancha de tomate. 


En un instante, una llamada.
En un instante, NO APTO.
En un instante, la lotería.
En un instante, el miedo.
En un instante, tu bebé lacta por primera vez.
En un instante, rompes la hucha del cerdito.


En un instante, le sonríes.
En un instante, despedido.
En un instante, el arco iris.
En un instante, una mudanza.
En un instante, llega el gol.
En un instante, se muere.


En un instante, la primavera.
En un instante, un ciervo impacta en la luna del coche. 
En un instante, el tacto de las manos de tu abuela.
En un instante, se te caga una paloma.
En un instante, te pone a mil.
En un instante, se te acabó el tiempo. 


Me propongo atesorar cada instante, a partir de este mismo.






 

 

jueves, 2 de abril de 2015

Mi bolita de coco.


Sara es como cuando te despiertas pensando que llegas tarde y descubres que es domingo.

Es mi mejor amiga.

Tengo mucha suerte, no me lo explico.

Hoy pensaba que mira que hay personas en el mundo, que ha habido eras en la humanidad y rincones en este planeta y hemos ido a coincidir las dos en espacio y tiempo.

Una potra que no veas.

Y me alucina que aparentemente no tengamos nada que ver, pero lo tengamos todo. Me encanta no quererla por inercia, quererla porque cada día descubro un nuevo detalle de su personalidad que me encandila todavía más.

Sara es un paquete de pipas y un remigio en una terraza de pueblo a las tres de la mañana. Es el fresquito en tu cara cuando le das la vuelta a la almohada en agosto. Es lo más confortable del mundo.

Ella siempre "va tirando, con la calma", yo soy de las que llegan antes que la calma. Sara recuerda su nacimiento, yo odio recordar. Ella es improvisación, yo me debo a la previsión.

En fin, la extraña pareja. 

Nos unen el hipotiroidismo, nuestras preciosas familias, 16 años llenos de momentos juntas (momentos que sí quiero recordar), que somos hembras humanas y por supuesto, el amor.

A menudo pienso en qué podré yo aportarle a ella. Y no es que me menosprecie, es que creo firmemente que las relaciones son un intercambio de información, sea del tipo que sea, y me acojona pensar que un día se nos acabe. 
El dueño de Telefónica lo debe estar deseando...

Sara es artista. En todas las facetas en las que se puede hacer arte, menos en el caminar. 

Sara y sus pausas dramáticas. Sus ideas de bombero, superlógicas para ella solita.

Sara es un genio.

Sus cuadros te transportan, te emocionan, te llenan por dentro ¡qué increíble!.
Sara también es actriz. Consigue marcar una huella imborrable haga lo que haga. Es su sello de calidad.

Sara canta como un gato atropellao, agonizando, muy fuerte... Duele. Pero hasta eso lo encuentro adorable, eso, sus pies de campesino y sus "me niego".

Adora la cultura francesa, le encanta chafardear en Pinterest hasta las cuatro de la madrugada y los libros con títulos extraños, los cantantes siniestros totalmente desconocidos para el resto de la humanidad y  las camisas de cuadros de su padre.

A Sara hace casi un año se le partió el corazón y está pegando los pedacitos como puede y creciendo por el camino. Se fueron dos personas del mundo para instalarse en su alma para siempre, y con Aquilino, ya son tres.
"No me extraña que te duela la espalda, Amiga."
Y ella ahora es mejor persona si cabe, lo sé, lo noto; parece que ha vuelto, y le hablo pero no es ella, es su versión mejorada.

"Todo irá bien, Amiga. Te deparan tantas cosas buenas..."

Sara es especial.

Sara te regala una sonrisa ancha y abre grandes sus preciosos ojos aleteando las pestañas si le dices algo bonito mientras te pregunta coqueta " ¿sí? "

"Sí, Amiga, sabes que sí, y si no lo sabes, te lo recuerdo yo."

Sí a que tu sensibilidad es de lo más hermoso que he conocido nunca. Sí a que tu mente tiene tantos recovecos misteriosos, tan impresionantes... 
Sí a que tu generosidad, tu capacidad de asombro, tu bondad, tu empatía y tu curiosidad no conoce límites. Sí a tu originalidad, tu autenticidad, tu verdad. Sí a tu espiritualidad y a tu sensitividad. 

Y un SÍ gigante a que haces muchas cosas bien, porque les pones amor, pero lo que mejor se te da es ser.

Y eres, Sara, para esta amiga loca que tienes, el contrapunto que necesito para mantener el equilibrio, la mano eterna que se me ofrece cuando aún así caigo, los oídos en los que me refugio con absoluta confianza, es tu abrazo y sus poderes mágicos lo que más me reconforta.

Hemos vivido de todo juntas, los momentos más importantes de nuestras vidas. Queramos o no, nos hacemos mayores y aunque nos aguardan muchos momentos felices, también hay y habrá alguno más complicado. Pero vamos a poder con todo.Y estaremos juntas, porque aunque estemos lejos, nuestra amistad está por encima de la distancia física.

Gracias, Amiga. Es un honor para mí estar a tu lado. 
Te quiero más cada día, mi bolita de coco.