viernes, 16 de octubre de 2015

Martes trece.



Me pregunto qué pensaste al despertar, si te cagaste en el despertador cuando te avisó temprano de que se había terminado el puente y tocaba currar.

Me pregunto si tu cuerpo te había dado algún aviso y no te diste cuenta.

Me pregunto si despertaste pensando en ella.


Yo espero que sí.

...................................................

Tu piedra preciosa me dijo por la mañana que no podía soportar más frío que el que hacía ya ese martes de otoño, no tenía ni idea de que iba a ser el otoño más gélido de su vida, y posiblemente el invierno.

No te preocupes, la vamos a abrigar todo lo que podamos.

Sin darnos cuenta, el destino lanzaba señales de que algo inminente iba a pasar, y no pensábamos que la carta del tarot, que decía que iba a tener que renunciar a algo, se iba a referir a ti.

A ti no hubiese renunciado nunca.
...........................................................

Tu partida me ha hecho pensar.

Deberíamos vivir como si hoy fuera nuestro último día en La Tierra.
Deberíamos planificar menos.
Deberíamos decir más veces TE QUIERO y decirlo de verdad.
Deberíamos lanzarnos más y no esperar a estar completamente seguros de nada.

Porque ya lo ves, no hay nada seguro.

Deberíamos despertar cada mañana agradecidos por respirar.
Deberíamos cuidar nuestro cuerpo para alargar el camino.
Deberíamos disfrutar al máximo, y cuando no, poder echar mano de recuerdos e ilusiones.
Deberíamos acostarnos con la satisfacción de no dejarte nada en el tintero.

Porque ya lo ves, tu corazón se rompe y la clase se queda sin hacer.

Deberíamos sentarnos y dibujar nuestros sueños.
Deberíamos sonreír todo el tiempo, porque tenemos una oportunidad, estamos vivos.
Deberíamos ser fieles a nosotros mismos.
Deberíamos desprogramarnos.

Porque ya lo ves, mueres solo tú, deberías vivir siendo tú y no lo que se espera de ti.

Deberíamos hacer el amor como los locos.
Deberíamos perdonar a los demás y a nosotros mismos y seguir adelante.
Deberíamos trabajar y aprender mejor, pero menos tiempo.
Deberíamos meditar un ratito al día.

Porque ya lo ves, qué frágil es la vida.

.............................................................................

Me pregunto si sabes que ya no estás.
Me pregunto dónde estás.
Me pregunto si sigues siendo.

Si estás cabreado con la vida o si por el contrario, aceptas con serenidad este cambio de planes.

Me pregunto si estás satisfecho o si te faltó algo.

Espero que sientas paz y que no la olvides, porque ella no va a hacerlo nunca.

Gracias por darme una gran lección de vida, en la muerte.

Gracias por tu último domingo.

Me ha encantado conocerte, feliz viaje.






jueves, 8 de octubre de 2015

La vida que se fue de mí.

Aunque parezca imposible, yo cuando nací era muy pequeña.

Creo que por entonces ya era vieja, pero fingí ser bebé para no acojonar a nadie.

Pasaron los años y empecé a interpretar el papel de niña. Y cada vez era más difícil ser y vivir como los demás esperaban que lo hiciera.

Pero yo tenía un plan.

Me gustaba mucho observar situaciones cotidianas.

De cuando mi tía la pequeña se decía cosas al oído con mi tío y se metían mano, creyendo que nadie les miraba, (aunque yo los espiaba de reojo y mi abuelo los miraba como si estuviera a punto de desenfundar la escopeta de su difunto padre) aprendí que las parejas pueden ser cómplices, pueden reír juntos, disfrutan de su tiempo en común y se demuestran cariño.

Yo de eso no tenía ni puta idea.

Siempre tuve la sensación de que a mis padres los habían juntado, con mala leche, un poder superior o algo así.

La sociedad de los cojones, de nuevo, lo que se supone que debemos hacer, eso los unió.

Recuerdo a mi abuela empalmando el desayuno con la elaboración de mil botes de conserva, el arroz con leche de postre para los diecisiete o un rancho de caracoles. Recuerdo entonces, admirarla por su esfuerzo y sentir repelús al mismo tiempo,  por echarlo tanto en cara.
Es curioso que, por mucho que me esfuerce, no consiga visualizar una sola cara de satisfacción por tener a todos sus hijos y nietos a su alrededor. Creo que ella no consigue disfrutar de ello.

Creo que, por ella, y por todos aquellos que  no pueden, me propuse a mí misma amar a mi familia con toda mi alma y no perderme ni un detalle mientras estemos juntos, ni bonito, ni feo.
Aprendí que querer es mucho más que vestir a tus hijos limpios y sin descosidos, llenar el estómago a tu marido con deliciosos platos o agasajar a los invitados con lo que no sueles poner para los tuyos.

Gracias iaia.

También recuerdo especialmente un momento en el que el salón parecía el Valle de los Caídos, que era lo habitual a la hora de la siesta y mi tía favorita abrazaba a mi prima Raquel en su habitación. Era tan chiquitita... La arrullaba con tanto amor, la acariciaba suave, la olisqueaba. Era su momento, el momento de las dos, y yo lo compartía con ellas sin que se dieran cuenta.

Lo siento, chicas. Pero no me arrepiento de ser testigo de uno de los momentos más bonitos que puedo recordar.

Ahora sé que empecé a reconciliarme con mi faceta de hija cuando comprendí que entre ellas se daban paz, cuando miraba la expresión de mi tía conteniendo la emoción al observar a su bebé.

Sé que mi madre también me ha mirado así, pero yo no me permitía reconocer el amor en sus ojos.

Perdóname, mama.

Y bueno, así iba creciendo, sin interesarme absolutamente nada lo que los niños hacían y fijándome en lo que me gustaba y lo que no, de los mayores.

Tenía que aprender a ser grande. A valerme. A no necesitar. Porque si no necesitas, no te decepcionas.

Y decidí no vivir, decidí prepararme para la vida que había planeado. Pero mientras, la vida se iba.

Y me hice mayor, y me di de hostias hasta en el carné de identidad, y lloré un mar, pero, ¿cómo era eso posible? Me había estado preparando tanto para ese momento...

Entonces me inventé que no podía vivir todavía, porque mi cuerpo no era como debía ser.

Y me destruía desde fuera, pero eso te lo cuento otro día.

Otra vez aplazando, otra vez dejando escapar la vida.

Y llegó el día en que me permití ser madre, y me tocó serlo en la muerte. Y me topé con la realidad.
Cuando pude sacar una lectura, comprendí la más valiosa de mis enseñanzas: Que la vida es frágil pero es un regalo maravilloso.

Más tarde volví a experimentar otra maternidad, esta vez en la vida. Y este aprendizaje complementó al primero y me dije a mí misma "ni un minuto más", no aplazo más vivir, no alargo más la posibilidad de ser feliz, no me quedo en el limbo más por miedo a sufrir.


Y ahora solamente quiero ser yo, no un collage de los demás.

Y ya no se me escapa ni un segundo más de vida.