jueves, 26 de febrero de 2015

Anormalidades

Me apetece hablar de lo que me gusta y lo que no, porque algunas de estas chuminadas también han permanecido guardadas mucho tiempo.

Y es que ser excéntrico a veces da miedito a las personas de tu alrededor.

Se supone que ha de interesarnos, horripilarnos, divertirnos o parecernos un coñazo total las mismas cosas, las cosas normales. 

Pero, ¿quién dicta lo que es normal y lo que no lo es?

Yo siempre he tenido una necesidad máxima de expresar lo que me mega-fascina y lo que no puedo soportar (soy una persona muy de extremos...). Y no tengo pajolera idea del por qué lo hago, simplemente me sale, y si no lo digo, reviento. Supongo que es la manera a través de la cual me apetece que me conozcan, el que dilucide, a partir de las paparruchadas que me gustan y las que  no, quién soy, ese ser igualmente extraño, me interesa.

A lo que iba, tengo tres frases míticas que odio a muerte (os avisé) "Davínia, céntrate", "tú, ver, oír y callar" y "¿Es que no te das cuenta de que no es normal?".

las otras dos, otro día las comentamos en profundidad pero respecto a la tercera frase: ¡Pues no! soy  una loca del coño que no tiene ni idea de lo que es normal, y me niego a conocer la normalidad, y me niego a ser otro borrego, además, me parece que aunque me esforzara, no lo conseguiría.

Dicho esto, prevenidos todos y todas, os cuento algunas de mis anormalidades. Las contables.

1. Cuando lloro mucho, mucho, mucho, siento la necesidad de ir a un baño, mirarme al espejo y sonreír. Lo he hecho en las situaciones más chungas e incluso, siniestras de mi vida.

2. A veces me coloco con el perfume de mi abuela. Ella cree que me gusta pero no, pillo unos globos que para qué.

3. Me nacen instintos homicidas con algunos "estilos musicales" tipo : El Barrio, Camela, reggaeton y demás caca. Lo siento, piratas! :(

4. Me parecen una pasada las imágenes de insectos que anidan en lugares extraños del cuerpo humano. Me pica todo al mirarlo, pero no puedo apartar la vista.

5. El color marrón me pone muy triste,  al verlo tengo que retener fluidos oculares, incluso. Y la gente que va vestida de marrón me huele a polvo.

6. Tocar los puntitos del pelo de las muñecas me puede hacer llegar al nirvana. Seguro que esta práctica tiene más seguidores... creo que voy a fundar un grupo en FB.

7. Me encanta morder las esponjas esas que son de red, con jabón, por supuestísimo. Qué os voy a decir, otra delicatessen.

8. Cuando estoy preocupada hago cálculos matemáticos mentalmente, cuando llego a 6 o 7 dígitos, paro y me tomo un ibuprofeno. Me da miedo llegar al límite "derrame cerebral".

9. Me embriaga el olor del cloro, la gasolina, la pintura, la lejía, pero el que más, el de boñiga de vaca. ¡¡¡¡¡MmmmmmMmmmmm!!!!!

10. No puedo soportar las cosquillas en las rodillas. Y si lo intentas, te mataré.  



Y, ¿qué hay de tus anormalidades? ¿me las cuentas? :)




martes, 24 de febrero de 2015

Volver a volver.

El primer día de mi nueva vida comenzó una mañana de abril del 92. Un día raro. De pronto me encontré saludando a doce niños y niñas, con mi dedo roto y los ojos como julajops. Estaba cagada de miedo.

Me había cambiado de casa, de ciudad y de cole a mitad de curso. Para una niña de 8 años, irse a vivir a veinte kilómetros de distancia supone el fin del mundo.

Inseguridad otra vez.

Y no es que mi vida anterior me volviera loca. Era una vida de silencios, de tensión constante, de discusiones "de mayores", de pesadillas, de frío por dentro y por fuera.

Mi pueblo era una nevera, a veces había tanta niebla que, yendo de la mano con mi hermano pequeño al cole, no le podía ver. Qué paradójico.
El recuerdo de nuestro antiguo colegio de monjas, en su mayoría, con cara de mala hostia, me produce sentimientos contradictorios. Me gustaba ir a clase con mi prima, con la que me llevo dos días, había un niño que me volvía loca y disfrutaba con las clases de inglés. Pero aquello era la represión hecha institución, ahí no se podía contestar lo más mínimo o te ibas directa al "cuarto de las ratas" que era un pequeño trastero en el hueco de la escalera. Así que tuve que aprender a poner un filtro modelo Ultra-Súper-Plus entre mi cerebro y mi boca.

La cosa no fue fácil, como ya os conté, tengo un caldero de bruja piruja dentro de mí...

De aquellos años, casi todo son recuerdos llenos de miedo, sensación de estar perdido, y también culpa.
Aunque también esa circunstancia complicada en casa, me empujó a compartir un tiempo precioso con mis tíos y mi prima pequeña, que nos ha unido para siempre.

Mis tíos vivían en el bloque pegado al nuestro y a veces nos pasábamos de una casa a la otra por los terrados ¡Jajaja, era divertidísimo! Para mi hermano y para mí ir a su casa era entrar en otra dimensión. Allí se podía jugar, gritar, reír. Allí no hacía frío.

Un día mis padres decidieron dejar de compartir su vida. Recuerdo haber sentido alivio pero también mucha incertidumbre, mi madre estaba consumida y yo me sentía culpable todos los días.

Pasados unos meses, alquilamos nuestro piso del pueblo y nos mudamos a una ciudad donde vivían mis abuelos. Era raro compartir habitación con mi hermano, pero aunque nunca se lo he dicho, en ese tiempo nunca tuve pesadillas, antes las tenía todos los días y volvieron después.

Mi madre empezó a trabajar como una loca y se propuso volver a ser una mujer. La veía poco pero la veía feliz. Y ya no hacía frío.

Y así, en una ciudad nueva, en casa de mis abuelos, con mi hermano pequeño hermético y mi madre ausente, dio comienzo el primer proceso de duelo de mi vida.

Esa mañana  de abril, el Profe Paco, que tenía una retirada a Felipe González y un culo-carpeta hipnótico y considerable,  me presentó a mis compañeros/as.

"Esta es Davínia, la nueva compañera."

Se quedaron callados, algunos miraban alucinados el cabestrillo de mi dedo roto, yo no sabía dónde meterme.
Entonces un "malote" gritó: ¡¡¡¡¡Davínia-Piña!!!!!  
Y todos se echaron a reír.

Y en ese momento exacto, supe que ya no iba a ser más transparente, que me hacían hueco, que yo les hacía también un sitio para siempre por aquella oportunidad, supe que iba a volver a volver.







jueves, 19 de febrero de 2015

De canibalismos

Toda mi vida he escuchado en casa  que son eminencias y que hay que tenerles respeto y admiración total e incondicional. En mi familia los profesionales de la sanidad son pseudo-dioses.

Y con esas referencias creces, habiendo interiorizado que no hay nada que decir: ellos tienen razón y tú no, ellos son grandes y tú pequeño.

Al hacerte mayor, si eres una persona medianamente reflexiva y estás en el mundo, y no solamente pasas por la superficie de las cosas, descubres que son tus padres los que ponen los regalos bajo el árbol y que los médicos y los enfermeros son personas normales.

Resulta que tienen en sus manos un poder y a la vez, una responsabilidad muy grande y con ellos, pueden darte la vida pero también amargártela para siempre.

Precisamente estas personas, han nacido, han llorado, les ha salido un grano en la punta de la nariz, son felices, hacen caca, han estudiado como cabrones...

¿Qué les ha pasado a muchos de ellos? ¿Han perdido la magia? ¿La sintieron alguna vez? ¿Va con el título la deshumanización?

Algunos profesionales han perdido a la persona que habitaba en ellos. Pobres.

Cuando perdí a mi primer hijo, conocí la discapacidad emocional, me la presentaron en el hospital. Un señor muy listo, un señor "más que yo", una eminencia, me dijo en pleno proceso que no llorara, que no había para tanto, que si tuvieran que nacer todos los niños de todos los embarazos, no cabríamos en el mundo.

Esas palabras no dejaban de sucederse en mi cabeza durante la depresión que me acompañó en el año que siguió a lo ocurrido.

Ese hombre discapacitado emocional, me hirió profundamente desde su posición de poder, desde su profesionalidad, pero a él no se le cuestiona porque tiene estudios reglados.

Pero... ¡Vaya, vaya! Resulta que de pronto mujeres, como yo, dejan de bajar la cabeza, empiezan a informarse, creen que tienen un poquito que decir al respecto de lo que se va a hacer a su cuerpo y a su alma.

"¡Horror! ¡Que se nos desmonta el tinglao! Mmmmmm.... ¡Brujas!"

Es que debe dar miedito que una paciente (con su nomenclatura ya lo dice todo) abra la boca y pregunte algo a lo que no sepamos responder. El leñazo desde el pedestal puede ser de tres pares.Y si ya la muy loca se asesora, pide una segunda opinión y te lleva la contraria...

Brujas.

Existen mujeres (y me consta que un hombre), que no han estudiado medicina, obstetricia, no son auxiliares, ni enfermeras, ni tampoco psicólogos. Pero resulta que tienen algo, una característica innata, ultra-valiosa y en peligro de extinción: EMPATÍA.

Y es que hay momentos en la vida en los que necesitamos que alguien nos diga "confía en ti" y ellas lo saben, ellas saben tantas cosas que no se pueden describir con palabras...

En mi caso, tengo una familia que me quiere incondicionalmente, tengo amigos que son hermanos sin sangre y tengo un compañero que me hace sentir que a veces el amor puede ser tan grande que debería estar escrito con hache, purpurina y unicornios vomitando arcoiris.

Pero yo necesitaba otra cosa, no sabía qué ni quién, sabía cómo me quería sentir.
Nuestra Mary Poppins apareció mágicamente en el embarazo de mi hija, mi cuarto embarazo, mi (esperaba) segunda hija conmigo.

Me escuchó, me hizo reflexionar, me dio poder, el mismo que yo ya tenía pero que no sabía que aún estaba en mí, sentí que alguien por fin comprendía el dolor de mi alma y lo respetaba, me acompañó a la perfección y nunca más he vuelto a sentirme sola. Porque me he recuperado a mí. 

¿Debo exigir a mi familia su ayuda cuando ni ell@s  han superado su propio dolor?
¿Se lo pido al gine, que ni me mira a los ojos en los 3 minutos de consulta trimestrales?
¿A mi psicólogo, que no sabe el miedo que supone la posibilidad de que tu hijo no llegue a nacer?
¿Me apaño yo sola, que soy una campeona?

Pues oiga, no. 

Las Doulas existen para llenar ese vacío que nadie más puede, nadie excepto tú mismo. Ellas hacen algo tan simple y a la vez tan enorme como es  acompañarte en ese catártico y necesario proceso.

Ojalá nos acostumbremos a hablar con sabiduría, a tener un criterio propio fundamentado, a no herir gratuitamente, porque la única etiqueta que una  Doula merece es "magia", como todas las cosas que se hacen con amor.











martes, 10 de febrero de 2015

Declaración de intenciones.

Uno de mis recuerdos más antiguos es  totalmente sensitivo. 

El estómago como el caldero de una bruja piruja, opresión en el pecho y la cabeza a punto de estallar. La necesidad de decir y no poder.

Toda la vida reprimiendo a Davínia la temperamental, la defensora de las causas perdidas, la tauro, la que habla mucho, la que todo lo quiere saber, la contestona, la que quiere llamar la atención constantemente, la que lo deja todo a medias...

Reprimiéndome ellas, reprimiéndome yo. 

Haciéndome más pequeña, y con ello, cada vez más y más grande (pero esa es otra historia) hasta que se me ocurre fabricar una enorme cremallera.

Mi cremallera, mi colega transparente, la que me protege de todo, la que me guarda de los malos y me esconde.

La misma que hoy empieza a molestarme.

En este blog te voy a contar el proceso por el que he pasado hasta que he entendido que hay que romperla,  mi plan infalible (no tengo ni pajolera idea...) para llevar a cabo mi misión, y  lo que encontraremos dentro.

Así que si te quedas, prometo reflexión, risas, quejas reivindicativas, surrealismo, fanatismo desmedido, momentos erótico-festivos y  un poco de melodrama (me encanta el drama).

Descubriremos juntos todas las historias que guardo bajo mi cremallera.