martes, 9 de agosto de 2016

Te lo agradezco, pero no


Acabo de decidir firmemente que te voy a congelar.

Lo tengo claro. He llegado a esta conclusión tras semanas de darle vueltas y una mañana intensa de reflexión, esta, la de hoy martes.

No creas que ha sido fácil, he tenido que batallar mucho con mi alma y te explicaré  el porqué.

Resulta que llevo toda la vida echando la culpa al resto de lo que me pasa a mí: al ambiente chungo de mi casa en la primera etapa de mi vida, al Mosegor que me daba mi madre de pequeña para abrirme el apetito, a los monstruos que aparecían en mi cuarto por la noche, etc.

Hace unos años, decidí que por mucho que doliera, debía mirar hacia dentro, debía buscar las respuestas a mis propias preguntas en mí.

Y en esas estoy. Es un largo y trabajoso camino ¿sabes?,  pero me está mereciendo mucho la pena recorrerlo.

A través de este aprendizaje que te comento,  he constatado que, la mayoría de las veces, el problema que uno percibe proviene de las mismas entrañas y, en el mismo lugar está la solución.

Ya ves, me he enseñado a señalarme con la culpa y  a exigirme el final feliz, sin depender de nadie más.

Y así me pasó contigo.

He dedicado tanto tiempo, pero tanto, a preguntarme qué he podido hacer yo para que cambiaras tu actitud hacia mí...

Primero me preocupé porque pensé que quizá estabas pasando un mal momento personal y por eso hablabas tan mal a la gente. Como eres tan tuya, pensé "ya se le pasará".

Más tarde empezaron a dolerme de verdad tus desprecios, y ante eso, no era sano para mí esperar que solucionaras tus historias, tenía que sentir que yo podía hacer algo para remediarlo pero, ¿qué?.

Ahí vino mi tortura buscando motivos para poder entender lo que pasaba, pensé que si encontraba alguno, si yo había hecho algo mal, podría enmendarlo.

Al principio disimulabas delante de los demás, pero pronto ya no te salía y me hablabas mal incluso con más personas. Personas que pronto empezaron a preguntar por qué me dejaba pisar así, con el carácter que yo tengo.

Pues no lo sé. Me dejé llevar un poco por la autocompasión, hasta que me dio la gana.

He estado muy triste con respecto a esto, porque formamos parte de algo más grande, algo que me hacía muy feliz. Y te estás encargando de ir rompiéndolo poco a poco.

Llegados a este punto, sentí arrebatos en los que deseaba acorralarte a la hora en la que nos reunimos a diario y decirte delante de las demás personas que lo soltaras todo, y yo defenderme de lo que tuviera defensa y disculparme si hacía falta.

Después he sabido que, con tu absoluta verdad, inventas mentiras sobre mí.

Y ahí, incluso me sirvió para hacer auto-crítica y decidir corresponderte con sonrisas, con paciencia y con amor.

Porque, ¿sabes una cosa? en todo este tiempo mi cariño ha sido sincero.

He tratado de cambiar para caerte bien de nuevo, ¿es o no es patético? a mí me lo parece y mucho.

He dado la cara por ti cuando han venido a decirme que no debería ni mirarte a la cara, porque lo que tienes hacia mí son celos enfermizos.
Que alguien se encele de mí me parece hasta paranormal. A esas personas las he apartado porque no quería desviarme de mi objetivo, que no era otro que volver a estar como antes.

Ahora he llegado al nivel en el que ya no duele, cabrea y punto.

Y es que tras estos meses de culparme y de preguntarme, he llegado a la conclusión de que eres muy tóxica para mí.

Y ahí no voy a preguntar porqués. Es así. Tú eres así para conmigo.

No te juzgo, no me interesan los motivos por los cuales lo haces, no voy a permitir joder mi trabajo personal de tanto tiempo, ni mucho menos voy a dejarme llevar por el desengaño que siento y dejar de confiar en el resto de la raza humana.

NO, amiga.

Así que desde hoy te digo adiós,  vamos a tener que vernos a diario, pero no te voy a mirar más.

Te vas al congelador.







1 comentario:

¿Qué te cuentas?