miércoles, 18 de marzo de 2020

Haz que cuente

Es curioso cómo es tan relativo el tiempo.

Recuerdo, en el instituto, ver el minutero retroceder sin parar, en la clase de primera hora de los lunes: Filosofía.

Y yo quería morir antes que seguir escuchando el dichoso tic tac, del reloj colgado encima de la pizarra, ese tic tac que casi atronaba, sobre el silencio de una clase plagada de adolescentes semiinconscientes.

Y juro que veía la aguja retroceder, torturándome, recordándome lo que costaba, para una chica, reina del drama, como yo, superar cada día con éxito.

Es en esos años de estudio, junto con la magnífica etapa del estreno de la maternidad, cuando se pone de moda en tu vida, aquello de "aprovecha ahora, que los años pasan volando" y te falta el canto de un duro para echarte a llorar o escupir a semejantes consejeros en su cara de listos.

Pero es verdad, la vida y el tiempo, como dice Bebe, corre en patines, cuesta abajo y no tiene freno hasta que te das el golpe.

Y ahora mismo estamos en pausa, todos y todas, a nivel mundial, qué fuerte y que aleccionador, ¿no?.

La naturaleza, la guerra silenciosa (teoría de mi abuela), la enfermedad, la irresponsabilidad del ser humano, la teoría de la conspiración, la selección natural, o yo qué coño sé, nos ha obligado a parar en seco y creo que lo más constructivo es tratar de aprovechar este valioso tiempo y, paradójicamente, filosofar, sin medir el tiempo.

El primer día de encierro, tenía sensación de falta de aire, solamente quería estar sola, estaba cabreada, muy cabreada, porque lo que hacía que mis días volaran, que la vida se precipitara a alta velocidad, mi orden, mi milimetrada rutina, se había ido a la mierda sin mi consentimiento.

El segundo, empecé a focalizar mi enfado hacia los políticos, así, sin más. Pero necesitaba redirigir mi mala onda hacia un ente abstracto o me iba a volver loca y/o a cargar a mi familia, que también estaban pasando por su proceso de adaptación.

Durante el tercer día me dio por echarle sentido del humor de forma desmesurada mientras, paralelamente, observaba las décimas en el termómetro y comenzaba a sentirme mal de salud.

Y el cuarto, decidí ignorar a mi cuerpo, para dejar de somatizar, y empezar con mi proceso de imposición de adaptación a las nuevas circunstancias, dejó de importarme todo, solo quería sobrevivir emocionalmente a esto.
E hice listas de tareas, listas de ocio en casa, listas de actividades con los niños, tratando de incluirme en una vorágine nueva, pero igual de intensa y estresante que antes del confinamiento.

Hasta que, mientras hacía las listas, tan excitada que sentía mi corazón palpitar a toda leche, en todo mi ser, me di cuenta de que necesitaba esa organización, estructurar el tiempo para que pasase, sin importar vivirlo en sí mismo.

Pero, ¿qué coño?

Menudo golpe de realidad. Menudo colocón de perspectiva.

Conté hasta 10 y me abrí.

Me abrí al sentir popular, a la solidaridad, a la empatía, al cuidar a la sociedad en conjunto, a mi responsabilidad como ciudadana.

Y me paré.

Me paré, casi me petrifico cuando mi hija se acercó lo suficiente a mí como para que el olor de su pelo lo impregnara todo, me asusté al pensar que no recordaba su aroma de bebé y no por no haberla tenido cerca antes, ni dedicarle momentos, simplemente no me había parado a olerla hacía mucho y eso da miedo, porque es lo que verdaderamente importa, con lo que nos vamos a quedar, las sensaciones.

Y eso no te lo devuelve el tiempo, o lo atesoras, o perdiste tu oportunidad.

Desconozco el motivo real por el cual estamos todos y todas en este punto, pero quiero pensar que es una lección kármica, una oportunidad para hacer un reset y encontrar lo que para ti debe ser esencial en tu vida, y veo preciso, urgente, que dediquemos tiempo a meditar, a encontrarnos.

Yo no pienso desaprovechar esta pausa, ni malgastarla soñando con volver a "la normalidad", voy a cuidar de mí, a enfocarme y a tratar de darle sentido a todo.

También voy a cuidar de ti, porque si algo nos ha enseñado esta pandemia, es que todos y todas contamos, que un pequeño gesto puede ser grandioso y que la vida es maravillosa.

Haz que tus minutos, tus horas, tus días, sumen, te aporten, te crezcan.

Haz que cuenten.





martes, 9 de agosto de 2016

Te lo agradezco, pero no


Acabo de decidir firmemente que te voy a congelar.

Lo tengo claro. He llegado a esta conclusión tras semanas de darle vueltas y una mañana intensa de reflexión, esta, la de hoy martes.

No creas que ha sido fácil, he tenido que batallar mucho con mi alma y te explicaré  el porqué.

Resulta que llevo toda la vida echando la culpa al resto de lo que me pasa a mí: al ambiente chungo de mi casa en la primera etapa de mi vida, al Mosegor que me daba mi madre de pequeña para abrirme el apetito, a los monstruos que aparecían en mi cuarto por la noche, etc.

Hace unos años, decidí que por mucho que doliera, debía mirar hacia dentro, debía buscar las respuestas a mis propias preguntas en mí.

Y en esas estoy. Es un largo y trabajoso camino ¿sabes?,  pero me está mereciendo mucho la pena recorrerlo.

A través de este aprendizaje que te comento,  he constatado que, la mayoría de las veces, el problema que uno percibe proviene de las mismas entrañas y, en el mismo lugar está la solución.

Ya ves, me he enseñado a señalarme con la culpa y  a exigirme el final feliz, sin depender de nadie más.

Y así me pasó contigo.

He dedicado tanto tiempo, pero tanto, a preguntarme qué he podido hacer yo para que cambiaras tu actitud hacia mí...

Primero me preocupé porque pensé que quizá estabas pasando un mal momento personal y por eso hablabas tan mal a la gente. Como eres tan tuya, pensé "ya se le pasará".

Más tarde empezaron a dolerme de verdad tus desprecios, y ante eso, no era sano para mí esperar que solucionaras tus historias, tenía que sentir que yo podía hacer algo para remediarlo pero, ¿qué?.

Ahí vino mi tortura buscando motivos para poder entender lo que pasaba, pensé que si encontraba alguno, si yo había hecho algo mal, podría enmendarlo.

Al principio disimulabas delante de los demás, pero pronto ya no te salía y me hablabas mal incluso con más personas. Personas que pronto empezaron a preguntar por qué me dejaba pisar así, con el carácter que yo tengo.

Pues no lo sé. Me dejé llevar un poco por la autocompasión, hasta que me dio la gana.

He estado muy triste con respecto a esto, porque formamos parte de algo más grande, algo que me hacía muy feliz. Y te estás encargando de ir rompiéndolo poco a poco.

Llegados a este punto, sentí arrebatos en los que deseaba acorralarte a la hora en la que nos reunimos a diario y decirte delante de las demás personas que lo soltaras todo, y yo defenderme de lo que tuviera defensa y disculparme si hacía falta.

Después he sabido que, con tu absoluta verdad, inventas mentiras sobre mí.

Y ahí, incluso me sirvió para hacer auto-crítica y decidir corresponderte con sonrisas, con paciencia y con amor.

Porque, ¿sabes una cosa? en todo este tiempo mi cariño ha sido sincero.

He tratado de cambiar para caerte bien de nuevo, ¿es o no es patético? a mí me lo parece y mucho.

He dado la cara por ti cuando han venido a decirme que no debería ni mirarte a la cara, porque lo que tienes hacia mí son celos enfermizos.
Que alguien se encele de mí me parece hasta paranormal. A esas personas las he apartado porque no quería desviarme de mi objetivo, que no era otro que volver a estar como antes.

Ahora he llegado al nivel en el que ya no duele, cabrea y punto.

Y es que tras estos meses de culparme y de preguntarme, he llegado a la conclusión de que eres muy tóxica para mí.

Y ahí no voy a preguntar porqués. Es así. Tú eres así para conmigo.

No te juzgo, no me interesan los motivos por los cuales lo haces, no voy a permitir joder mi trabajo personal de tanto tiempo, ni mucho menos voy a dejarme llevar por el desengaño que siento y dejar de confiar en el resto de la raza humana.

NO, amiga.

Así que desde hoy te digo adiós,  vamos a tener que vernos a diario, pero no te voy a mirar más.

Te vas al congelador.







jueves, 4 de agosto de 2016

Wahala

Anoche soñé que caminaba por el porche del terreno.

Miraba las baldosas salmón y azul marino del suelo, tratando de no pisar las claras y pensando que mi familia era muy elegante porque nadie tenía tanto gusto para unas baldosas de porche en toda la urbanización.

Así era yo y así sigo siendo: una persona extremadamente orgullosa de pertenecer a su estilosa familia.

El caso es que en mi sueño arrastraba un cochecito enorme, de color rosa y un poco roñoso.
No podía ver a "mi bebé" y pesaba muchísimo porque el cochecito era el doble de alto que yo, pero imaginaba que era mi satánica muñeca Rosita,  con sus pelos de punta y trasquilados por mi momento peluquera, sus ropas marranosas y su inquietante mirada con un ojo abierto de par en par y el otro a la virulé.

Mi Rosita era una bebé imperfecta, pero yo la quería muchísimo, el cochecito era enorme y me costaba más llegar a ella, pero no hubiese cambiado jamás a mi hija de goma por ninguna otra.

He despertado pensando en lo poco que me hacía yo a la idea  a esa edad de lo complicada que podía ser la maternidad.

Por aquel entonces pensaba que la prueba más dura era parir, como muchas otras niñas, temía ese momento que relacionaba con el dolor más intenso de la vida, con los gritos, con el miedo, incluso con la muerte.

Después imaginaba que todo iba rodado. Que todo eran bañitos alegres, purés con cuchara de plástico, cambios de ropa y de zapatos y pasarme el día haciendo peinaditos.

Esos entrenamientos que hice mediante el juego nunca me prepararon para tener un hijo con Síndrome de  Asperger.

Eso era algo que no pasaba en mi casa. Los bebés nacen, nacen vivos, están sanos, son felices y normales.

Nada me preparó para que mis hijos no nacieran vivos. Eso en mi casa no pasaba y mis muñecos de goma roñosa nunca morían.

Una vez que logré que naciera y viviera, estuviera sano y fuera feliz mi primer hijo, resultó no ser "normal".
No se interesaba por las mismas cosas que los nenes de su edad, ni deseaba contacto, no quería colechar con sus padres, se sentía molesto por la luz del sol, por los cambios de temperatura bruscos, por los ruidos, que para nosotros habituales, eran para él ensordecedores.

¿Qué puedo hacer yo si me han enseñado que los niños son todos iguales y desean las mismas cosas?

Estoy tratando de comprender, respetar y amar la diferencia, pero es duro. A veces siento que no llego a nada, que no puedo ofrecerle lo que él demanda, su necesidad de conocimiento es infinita y yo a su lado me siento como si no supiera sumar dos más dos.

Es vergonzoso para mí admitirlo pero me jode muchísimo a veces, encontrarme con un niño que habla con sus padres de temas convencionales, que escucha y los mira mientras ellos le dan la réplica, porque siento que los entiende, sin distracciones, sin una puta mosca, un robot o una máquina del tiempo que ronde su mente.

A veces uno necesita un poco de normalidad, es así de simple. Y que la mente descanse de tanto surrealismo. Otras, la normalidad puede resultar tediosa. Necesito poder volar de un mundo a otro sin que ello suponga un trauma cada vez. Necesito adaptarme.

El otro día en la oficina, un compañero me dio a conocer una palabra nueva, que se utiliza comúnmente en Nigeria: Wahala.
Me encantó, sobretodo por lo que supone el lenguaje  y su diversidad: unión, conocimiento, empatía, comunicación, igualdad.
Mi compañero me explicaba con orgullo que la utilizaba en conversaciones con clientes nigerianos, que ellos enseguida captaban el mensaje de que el que la pronunciaba era conocedor de algo más que la situación geográfica de su país.
De todo esto, me quedé con el mensaje de mi compañero al usarla, esa adaptabilidad al medio.
Y he adoptado este término como mi talismán al que aferrarme cuando vienen curvas, porque me he propuesto convertirme en un camaleón emocional y dejarme llevar.

Pensaré wahala cuando sienta que no puedo alzarme sobre el enorme cochecito y ver la cara de mi bebé, cuando la maternidad se me haga cuesta arriba.

Gritaré wahala cuando mi hijo me mencione un millón de veces que quiere el mismo maldito Pokémon, ir a un crucero con comida gratis o me confiese que pegarse en la cara le hace sentir mejor.

Y me sentiré muy, muy wahala cuando vuelva a ver a un niño neurotípico conversar con sus neurotípicos padres.

Estoy dispuesta a volverme más de goma incluso que mi Rosita, a aprender a dejarme llevar, a ser flexible en mi emocionalidad a mi conveniencia.

El significado auténtico de wahala es problema.

Sí, he elegido voluntariamente esa palabra con esa definición y he decidido darle la vuelta y cambiarla a mi propio interés para que me acompañe siempre, supongo que para que me recuerde la manera de combatir los obstáculos, adaptándome a ellos sin dejar que me paralice el miedo al cambio.

Y así, con suerte, quizá un día el cochecito de mi Rosita, no estará sucio y no será tan pesado ni  resultará tan difícil de mover. Y con más suerte todavía, me sienta capaz de acompañar a mis hijos sin volverme majareta.

Wahala, amiguitos.






martes, 21 de junio de 2016

No sos vos, soy yo


Hoy me hablaste feo.

No es lo que dices es el cómo me lo dices a mí.

Me dio por rebobinar y me di cuenta de que hace tiempo que no me respeto, pero a través de ti.

¿Te chirría lo que hago y lo que no? ¿te molestan mis comentarios o mis cambios de humor?
Ese "tonito" despectivo con el que me hablas... quizá tienes algo que decirme y no te atreves.

Pero ese es tu problema.

Yo tengo otro bien grande.

Te voy a decir algo, amor.
He vuelto y mi consciencia ha vuelto conmigo, también me he traído fuerza, seguridad y un par de ovarios y, ¿sabes qué, vida mía? No estamos dispuestos a castigarnos más.

No merezco malas palabras, no merezco malos tonos, ni sentirme ninguneada, ni golpes en la mesa.

Y como sé que no los merezco, eso va a ser algo que no va a volver a repetirse jamás.

Tampoco voy a volverme a conformar con menos de lo que necesito y, ¿sabes qué, miarma? Esta que está aquí necesita mucho, mucho, mucho más de lo que representas tú.

Pero sobretodo, me necesito a mí, toda entera, y no en pedacitos, como estoy ahora.

Te pido perdón, cariño,  porque cambié, porque me fui, porque no debes saber dónde está esa chica que conociste un día.

La vida me dio unos golpes, y no supe curarme bien las heridas. Algunas se quedaron ahí, expuestas, abiertas en canal y tú, que también tienes las tuyas, empezaste a hurgar con tu dedito en mi dolor.

Y yo me dejé, porque pensé que contigo las cosas eran así, y que, con tal de compartir mi pena, no me importaba que fueras tú el que hiciera que escociese.

Te pido perdón porque no lo supe hacer bien, porque me castigué a través de ti, porque te dejé perder al mismo tiempo que me perdía a mí.

Y ya es tarde, rey mío. Ya estoy aquí, he vuelto y me he encontrado el mundo roto, ya no es ideal. Y en este mundo yo no quiero vivir, pero si lo hiciera, ya no sería contigo.

Gracias, por todo, lo malo también me lo llevo, algo construiré con eso también.

Te quise, pero no bien, a mí tampoco, discúlpame y, si puedes, soluciona tus mierdas, y así este ciclo no se repetirá ya más.

Yo me voy a juntar los pedazos, a aprender a quererme, a reconocer quién soy, a descubrir lo que quiero, a bailar bajo la lluvia sola o acompañada, a volver a reír a carcajadas hasta que me duela la tripa, a no preocuparme de si mis actos avergüenzan a alguien, a estar orgullosa de mí y de cada paso que doy, a darle sentido a todo esto de la vida.  

Corazón, me voy a VIVIR.










lunes, 18 de abril de 2016

Un día de esos

16 de noviembre de 2015

Hoy tengo un día de esos en los que siento que soy lo suficientemente poderosa para mejorar el mundo.

Es lunes y todos en la oficina hablan de los atentados en París.

Creo que mejoro el mundo diciendo abiertamente que no creo que la respuesta sea más violencia, y no lo mejoro por tener más o menos razón. Lo mejoro porque he reflexionado sobre los últimos acontecimientos, me he imaginado el futuro inventando estrategias y consecuciones de hechos, como cuando me enganché al ajedrez y soñaba jugadas magistrales.

Y con violencia, siempre hay mate, pero para blancas y para negras.

Mejoro el mundo porque reflexiono y decido, no repito lo que dicen los demás si no es porque estoy de acuerdo y casi nunca comulgo con nadie al cien por cien.

Yo no quiero perder a nadie, necesito a todos los seres de este mundo, todos conforman el efecto mariposa que necesito, egoístamente, para tener mi propio final feliz.

Yo sigo viva, yo soy poderosa, yo puedo cambiar el mundo.


18 de abril de 2016 

Hace dos días que apenas consigo dormir y no me siento capaz ni de cambiar las toallas del baño.Como para cambiar el mundo estoy yo...

Mi vida está tranquila, he cumplido un sueño importante, voy consiguiendo objetivos, tengo salud, tú también, somos felices.

¿Qué cojones me pasa?

Cada día me pesa menos el culo y más el alma. ¿ Dónde se pide el certificado de discapacidad emocional?

Vuelve a ser lunes y todos en la oficina hablan de que ya llega el calor, que qué agobio...

Hoy no me da la paciencia para aguantar mamarrachadas y estoy al límite de agredir a seres humanos armada con un Pilot en cada mano, como el colgao' aquel,  el del vídeo que circula por Facebook, que se liaba a lanzar por los aires todas las pantallas de ordenador de la oficina.

El tío de las pantallas estaba hasta las pelotas y yo también lo estoy.

Y, ¿sabes qué creo que me pasa? Que trato de mantenerme fuerte, para demostrar que puedo con todo, que la catarsis que estoy viviendo no me afecta para nada, que cuando me hablas y caigo en cuenta de que  tenemos mucha suerte porque verbalices, es una sensación agridulce, pero no digo nada...

Pues no es así, oiga.

Mi cuerpo está cansado, está haciendo unos cambios brutales y dispone de poca gasolina.

Mi mente no da para más, con tanto papeleo y cambios que asimilar y tanta responsabilidad por asegurar, como podamos, tu futuro.

Mi alma llora mucho, supongo que lo necesita, está colapsada, llena a reventar de amor por ti, preocupada por hacerlo todo bien, feliz al mismo tiempo porque sabe que, en cuanto llore la última lágrima, comenzará una nueva etapa llena de momentos preciosos.

Y mi espíritu, sencillamente, quiere volar, huir, ¡está cagado de miedo!

Así que hoy vuelvo a sentirme poderosa, aunque no pueda con nada.

Yo sigo viva, yo soy poderosa, yo puedo cambiar el mundo... Pero no será hoy.

Y es que, a veces, los superhéroes también necesitan un descanso.








jueves, 3 de diciembre de 2015

Un resfriado

Parece que los días sean todos iguales: el puto despertador infernal, la misma ducha a las siete y media, el desayuno estresante con los niños, el trabajo, la comida, las tareas de casa, las miserias de siempre en el telediario, el desmayo en el sofá...

Y vuelta a empezar.

Pero hoy no, hoy mi mundo ha cambiado, porque he abierto los ojos y estás aquí.

Te veo,  con tu sonrisa radiante, el brillo de tus ojos y ese garbo al caminar.

Y no puedo creer lo feliz que me siento.

Estás aquí.

No puedo hablar, solamente te miro, embobado.

Y alcanzo a romper la rigidez de mi cuerpo, para conseguir alzar la mano y tocar tu pelo.

¡Tu pelo!

Estás aquí y eso es lo más maravilloso que me ha pasado nunca.

Y te cachondeas de mí, y me dices que si tienes monos en la cara.
Debo estar mirándote como si tuvieras una jungla entera, porque brillas, toda tú, resplandeces, tu risa ha vuelto para llenar el vacío de nuestra casa, y el de mi vida.

Y te abrazo, te apretujo y te siento toda. Y te beso, y te huelo y registro los lunares de tu antebrazo derecho, esos que me gustan tanto porque forman una constelación hermosa, y siguen ahí.

Sin duda, eres tú.

Y lloro, y me deslizo contra la pared hasta llegar al suelo.

¡Ha sido tan duro estar sin ti!

He necesitado aprender a comunicarme con la niña, ya sabes, está en plena pubertad, parece que tiene dudas con su sexualidad, nos ha costado mucho conseguir este grado de intimidad y de confianza.

Y Javi te añora y le ha dado por pegarse con todos los chavales que se atrevan a soplar a su lado.

En estas cosas, tú siempre has sido la Máster del Universo, yo he hecho lo que ha estado en mi mano y hasta lo que no.

Me he convertido en un seguidor de tus maneras de hacer, me obsesiona perpetuarte. Doblar las servilletas como tú, cambiar las sábanas los viernes, hacer croquetas con los restos del pollo asado del domingo, sí, he seguido haciendo tu receta del pollo asado cada domingo.

Y ya van más de cuarenta domingos con sus cuarenta pollos, que te marchaste.

Todavía me cuesta respirar, no se me llenan los pulmones de vida como antes, porque tú te la llevaste contigo.

Mi vida.

Y ahora estás aquí y el tintineo de tus pulseras resuena en mi oído mientras me consuelas y acaricias mi mejilla.

La última vez que hablamos, nos dijimos te amo todo el tiempo, estabas tan pequeña, tan frágil, tan cansada...

¿Quién iba a suponer que tu preciosa constelación nos iba a dar la noticia más amarga de nuestras vidas?

Cáncer.

Eso estaba en ti. Estaba en tu piel de bebé. Y pronto lo invadió todo: tu ser, tu alegría, tus ganas, tu alma.

Y luchaste, mi cielo, y yo contigo, pero al final te fuiste, y yo me quedé aquí sin ti, sin alegría, sin ganas y sin alma.

Viviendo otra etapa en mi vida que me has regalado tú con tu ausencia. Amando a nuestros hijos y a nuestras familias con una intensidad loca, disfrutando de las cosas pequeñas que antes no era capaz de percibir, conectando con la vida de verdad.

Gracias por ello, mi amor.

Y estás aquí y quiero decírtelo: el cáncer ha perdido para siempre, ya nadie morirá por su culpa. La ciencia ha conseguido parar al bicho, y ya no es más peligroso que un resfriado.

Casi lo conseguimos, mi vida. No puedo evitar sentir rabia e impotencia, ¿por qué no pudo pasar esto hace cuarenta domingos? Qué egoísta, ¿verdad?

Simplemente un resfriado, eso me dejó sin el calor de tus manos sobre las mías.

Pero aprovechemos este momento que me regalan los sueños, celebrémoslo, el bicho ha perdido, y aunque cuando despierte tú volverás a no estar, ya no se llevará más vidas.

Ven aquí, abrázame hasta que despierte y espérame donde te quedes tú.



miércoles, 18 de noviembre de 2015

Para ti

Hoy te he visto, de pronto, en la pantalla del ordenador y se me ha arrugado el corazón.

He podido sentir la contracción en mis entrañas. Tú siempre me remueves, aunque no deba ser así.

Me dueles.

¿Por qué? ¿por qué? ¿por qué?

Yo sé la respuesta.

Junto a ti he sido más yo que nunca, junto a ti he aprendido, he crecido, he mejorado.
He vivido las sensaciones más intensas de toda mi vida.

Tú me has vuelto loca.

Y ¿qué es esto? ¿dónde estamos? ¿qué cojones estamos haciendo?

No te pregunto dónde estás, porque lo sé. Estás en mí, enquistado. Estás en mi mente cuando desayuno con mi preciosa familia, cuando trabajo con ganas y me siento eficaz, cada vez que comparto datos con otro ser humano.

¿Eso fue lo que nos pasó? ¿Esa era toda la información que debíamos compartir?

No lo creo.

Nos cortaron la línea las circunstancias.

¿Piensas en mí alguna vez? Estoy segura que sí. Y que te preguntas qué es esto, dónde estamos y qué cojones estamos haciendo.

Somos idiotas.

Y hoy, que consigo todo lo que me propongo, que soy lo que siempre quise ser, que por fin creo en mí, también te recuerdo. Porque tú siempre lo hiciste, siempre me veías cuando ni yo misma lo hacía.

Gracias por eso.

Gracias por enseñarme el pensamiento práctico, por compartir mis ideas de bombero, por divertirnos tanto, por esos pitis compartidos, por permitirme quererte tanto y por quererme tú a mí.

La vida nos tiene preparados distintos caminos ahora, aprovechemos para recopilar información, porque en esta misma vida nos volveremos a encontrar y deberemos compartirla y ya no se acabará nunca.

Nos veremos pronto, nos daremos un abrazo apretao y no nos acordaremos  de que ha pasado el tiempo, ¡tengo tantas cosas que contarte!

Hasta entonces, cuídate mucho y sé muy feliz.

Tu amiga que te añora y te quiere con todo el corazón.