Y entonces cierro los
ojos y puedo verme a mí, en esa habitación tenue, tranquilita. Arropada por él,
por su amor, por su fuerza. Embriagada de emoción, de orgullo por la
grandiosidad del momento, por la intensidad de las sensaciones.
Concentrada en mí, en ti y en la magia.
Puedo verme porque estoy en otro plano, otro infinitamente
superior que el que nos proporciona la vida terrenal.
Y me observo. Estoy en una cama, concentrada, abriéndome,
disfrutando, absorbiendo cada segundo para no olvidarlo, comunicándome contigo
para hacerlo juntas, conociendo de verdad a mi cuerpo, su fortaleza,
admirándolo, reconciliándome con él.
Y soy tan pequeña, tan poco capaz. Necesito a mi madre, yo
sola no voy a poder hacer algo tan importante, nunca hago nada bien, ni nada hasta
el final.
Sin embargo, con mis propios ojos estoy constatando cómo sí
lo estoy haciendo, cómo puedo.
Tú mereces todo mi empeño, mereces ser bienvenida como el
milagro que eres, mereces que yo me inspire en ti para recuperar las ganas de
vivir.
Todos deberíamos ser tan amados como para formar parte de la
inspiración vital de otro.
Pero es que yo también soy pequeña, como tú. Siempre he sido
una pequeña haciendo cosas de grandes, me tienes que ayudar con esto.
No sé por qué estoy aquí, cómo es posible que yo vea todo lo
que está pasando y nadie me vea a mí, ni por qué yo soy una niña pero me puedo
ver en esa cama con un cuerpo tan grande, sonriendo y llorando al mismo tiempo,
¿estaré loca?
Esa es otra. Estoy loca.
Pero esta vez no son las normas sociales o los consejos de
los demás lo que me empuja, eres tú, son tus ganas, tu entusiasmo por empezar
ya una vida que a mí me aterra.
No tienes ni idea de lo que hay aquí, yo todavía me
sorprendo a diario. No va a ser fácil.
Y luego está EL TEMA, ¿te has pensado bien hacer esto
conmigo? Es fundamental elegir un buen compañero de camino. Yo no soy buena en esto, antes de que te encabezonaras en aparecer yo ya perdí tres veces
esta partida.
Soy una niña y no me entiende nadie. Y ahora me veo en esa cama y no sé qué puedo hacer para
ayudarte, para ayudarnos.
Se me ocurren unas ideas muy locas: ¿y si dejo de ser una
espectadora? ¿y si participo de mí? ¿y si yo decido cómo recibirte? ¿y si
respeto mis tiempos y a mi cuerpo?
Voy a volver, me tumbaré en esa cama, me abrazaré a mí
misma, me daré fuerza, aliento, entusiasmo y ganas, y entonces creceré, pero nunca me iré del todo.
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Has nacido de mí, gatita, he podido.
Mi cuerpo ha dejado de
ser mi enemigo y le estaré eternamente agradecida, he planeado cada detalle de
tu nacimiento y lo han respetado.
Me he sentido querida, realizada como mujer, inteligente,
fuerte, valiosa y ¡viva!
Ya nunca nadie podrá decirme que no puedo, ni yo tampoco,
porque he podido sin la ayuda de nadie más que la tuya.
Gracias, porque me has ayudado a curar a la niña herida que
malvivía en mí. Ahora es feliz.
Trataré de devolverte el favor, acompañándote con todo mi amor, descubriendo
juntas lo maravilloso que es vivir.
“Gracias por ese día en el que mi mente hizo click, gracias
por estos dos años, han sido los más felices para mí.
Sigue divirtiéndote,
gatita.
Te quiere con el alma, mami.”
La cama volando. Frida Kahlo. 1932. |