jueves, 8 de octubre de 2015

La vida que se fue de mí.

Aunque parezca imposible, yo cuando nací era muy pequeña.

Creo que por entonces ya era vieja, pero fingí ser bebé para no acojonar a nadie.

Pasaron los años y empecé a interpretar el papel de niña. Y cada vez era más difícil ser y vivir como los demás esperaban que lo hiciera.

Pero yo tenía un plan.

Me gustaba mucho observar situaciones cotidianas.

De cuando mi tía la pequeña se decía cosas al oído con mi tío y se metían mano, creyendo que nadie les miraba, (aunque yo los espiaba de reojo y mi abuelo los miraba como si estuviera a punto de desenfundar la escopeta de su difunto padre) aprendí que las parejas pueden ser cómplices, pueden reír juntos, disfrutan de su tiempo en común y se demuestran cariño.

Yo de eso no tenía ni puta idea.

Siempre tuve la sensación de que a mis padres los habían juntado, con mala leche, un poder superior o algo así.

La sociedad de los cojones, de nuevo, lo que se supone que debemos hacer, eso los unió.

Recuerdo a mi abuela empalmando el desayuno con la elaboración de mil botes de conserva, el arroz con leche de postre para los diecisiete o un rancho de caracoles. Recuerdo entonces, admirarla por su esfuerzo y sentir repelús al mismo tiempo,  por echarlo tanto en cara.
Es curioso que, por mucho que me esfuerce, no consiga visualizar una sola cara de satisfacción por tener a todos sus hijos y nietos a su alrededor. Creo que ella no consigue disfrutar de ello.

Creo que, por ella, y por todos aquellos que  no pueden, me propuse a mí misma amar a mi familia con toda mi alma y no perderme ni un detalle mientras estemos juntos, ni bonito, ni feo.
Aprendí que querer es mucho más que vestir a tus hijos limpios y sin descosidos, llenar el estómago a tu marido con deliciosos platos o agasajar a los invitados con lo que no sueles poner para los tuyos.

Gracias iaia.

También recuerdo especialmente un momento en el que el salón parecía el Valle de los Caídos, que era lo habitual a la hora de la siesta y mi tía favorita abrazaba a mi prima Raquel en su habitación. Era tan chiquitita... La arrullaba con tanto amor, la acariciaba suave, la olisqueaba. Era su momento, el momento de las dos, y yo lo compartía con ellas sin que se dieran cuenta.

Lo siento, chicas. Pero no me arrepiento de ser testigo de uno de los momentos más bonitos que puedo recordar.

Ahora sé que empecé a reconciliarme con mi faceta de hija cuando comprendí que entre ellas se daban paz, cuando miraba la expresión de mi tía conteniendo la emoción al observar a su bebé.

Sé que mi madre también me ha mirado así, pero yo no me permitía reconocer el amor en sus ojos.

Perdóname, mama.

Y bueno, así iba creciendo, sin interesarme absolutamente nada lo que los niños hacían y fijándome en lo que me gustaba y lo que no, de los mayores.

Tenía que aprender a ser grande. A valerme. A no necesitar. Porque si no necesitas, no te decepcionas.

Y decidí no vivir, decidí prepararme para la vida que había planeado. Pero mientras, la vida se iba.

Y me hice mayor, y me di de hostias hasta en el carné de identidad, y lloré un mar, pero, ¿cómo era eso posible? Me había estado preparando tanto para ese momento...

Entonces me inventé que no podía vivir todavía, porque mi cuerpo no era como debía ser.

Y me destruía desde fuera, pero eso te lo cuento otro día.

Otra vez aplazando, otra vez dejando escapar la vida.

Y llegó el día en que me permití ser madre, y me tocó serlo en la muerte. Y me topé con la realidad.
Cuando pude sacar una lectura, comprendí la más valiosa de mis enseñanzas: Que la vida es frágil pero es un regalo maravilloso.

Más tarde volví a experimentar otra maternidad, esta vez en la vida. Y este aprendizaje complementó al primero y me dije a mí misma "ni un minuto más", no aplazo más vivir, no alargo más la posibilidad de ser feliz, no me quedo en el limbo más por miedo a sufrir.


Y ahora solamente quiero ser yo, no un collage de los demás.

Y ya no se me escapa ni un segundo más de vida.




6 comentarios:

  1. Lo más difícil es darnos cuenta de que no es tan difícil... Tu camino es hermoso. Y tú más. Un beso, preciosa.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Un beso, precioso tú también. Gracias por acompañarme en mis andanzas blogueras.

      Eliminar
    2. Tienes motivos para poder pensar asi, has tenido una gran familia que directamente o indirectamante te han enseñado esos valores,te envidio...pero envidia sana..me has empujado a emprender un viaje para desahogarme escribiendo y entonces entenderas mis miedos y rencores, te daré permiso para que lo cuelgues si ves opotuno. Un besazo!!!

      Eliminar
    3. Hay que mirar hacia adelante. El miedo paraliza y el rencor escuece a quién lo sufre, con lo cual, no sirven para una mierda.
      Somos grandes ya, no hay nada que te impida avanzar, no hay nadie responsable de tus pasos, además de ti.
      Besos.

      Eliminar
  2. Cariño que bonito. Como me alegro que seas felíz,es lo que siempre he querido,desde que naciste fuiste mi niña,a ti tambien te abraze y bese, me preparaste para ser madre. Gracias por estar siempre a mi lado. Te quiero muuuuucho.

    ResponderEliminar

¿Qué te cuentas?