lunes, 30 de marzo de 2015

Desastres naturales.


Crees que todo va bien hasta que algo verdaderamente chungo se acciona dentro de ti.


Y un nudo se instala en tu garganta. Y el malestar lo inunda todo.

Y te pasas el día llorando como una perra.

Y te molesta que te hablen, que te miren y por supuesto, que te toquen.

Y tú no quieres, pero estás trabajando y los lagrimones caen solos sobre tu mesa y te salpican.

Pero, ¿qué mierda me salpica en realidad?


No dejas de darle vueltas, haciendo inventario de cómo están las cosas en tu vida, y claro, todo está mal, porque las cosas están bien y mal al mismo tiempo, todo va en función del cristal con que se mira.

En los momentos de lucidez, relativizas. Te sientes ridícula. Desproporcionada. Sin derecho a estar tan mal. Pero duran poco.

Venga pa' arriba y pa' abajo, en la montaña rusa emocional Davínia.

Y tu bebé te reclama y en lugar de ir a comértela a besos, huyes como si estuviera recubierta de ácido, pobre...

Y tu hijo mayor te pregunta si estás enfadada y le dices que no y te hace saber que verte mutar en Úrsula de La Sirenita no le parece nada divertido.

Y lo ves todo hecho una mierda y te quejas, y lloras más. Porque hace diez horas que te fuiste a trabajar, después te has quedado tirada con el coche, tienes los ojos como dos pimientos morrones y te duelen las lumbares mortalmente.

Tu pareja, que se hace cargo de que tienes un día del cual podrían inspirarse para hacer toda  una saga de pelis de terror, trata de conciliar. Les pide a los nenes que te dejen espacio, los entretiene, pone orden  y te da mimos.

Lo matarías. 

Te mira con amor. Tú ves suficiencia, chulería y cachondeo a tu costa.

Y venga a llorar...

Le dices que te estás replanteando la vida, la relación, tu futuro.

Te mira con cara de "¡Ay, Dios! Vamos a la cama y vuelve en ti." Pero como se está volviendo un máquina en cuanto a tu manual de instrucciones, se pone en modo escuchador y... ¡Alucina! También en modo hablador.

Hablas, hablas, hablas.

Escucha, escucha, escucha y por fin suelta  su veredicto de hombre práctico,  su propuesta de solución de diez segundos.

Te quedas con tu poker face mítica, que ya tiene hasta denominación de origen, y como estás en la treintena, te bajas del carro del orgullo y te pones en plan dialogante. Sabes que tiene razón en un trescientos por cien, pero antes muerta que no pelear un poco.

Te comprometes a cosas, se compromete él también.

Y como los pensamientos que te rondaban no se sostienen ni un poquito, te acurrucas en su amoroso pecho, esnifas despacio su olor, recuerdas que así es como quieres que huela todo tu mundo hasta que te mueras y empieza a descender poco a poco tu nivel de ansiedad. 
Te sientes  menos esquizo cada segundo que te refugias ahí, en tu rincón paradisíaco.


...Y eso es lo que pasa cuando te viene la regla después de 31 meses, un lunes de pérdida, por la mañana.


Putas hormonas.  Puta naturaleza.









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